LEY N°
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PELIGRO DE CONTAGIO: EVITE A LOS PERDEDORES Y LOS DESDICHADOS
CRITERIO
La desdicha de los demás puede conducirlo a la muerte: los estados de ánimo son tan contagiosos y tóxicos como una enfermedad infecciosa. Aunque sienta que debe tenderle una mano a alguien que se está hundiendo, lo único que logrará con ello será acelerar su propia caída. A menudo, los perdedores son los artífices de su propia desgracia y terminan por transmitirla a quien quiere ayudarlos. Evítelos y, en cambio, frecuente a individuos
ganadores y felices.
TRANSGRESIÓN DE LA LEY
Marie Gilbert nació en Limerick, Irlanda, en 1818. Llegó a París
alrededor de 1840 para hacer fortuna como bailarina y actriz. Adoptó el nombre de Lola Montes (su madre tenía una lejana ascendencia hispánica) y afirmó ser una bailarina de flamenco oriunda de España. A partir de 1845 su carrera comenzó a languidecer, de modo que, para sobrevivir, se hizo cortesana; pronto llegó a ser una de las más exitosas de París.
Sólo un hombre podía salvar la carrera de bailarina de Lola: Alexandre Dujarier, dueño —y también el crítico de arte— del diario de mayor circulación en Francia. Lola decidió cortejarlo y conquistarlo. Al investigar sus costumbres descubrió que Dujarier salía a cabalgar todas las mañanas. Como también ella era una excelente jinete, salió a caballo una mañana y se encontró "por casualidad" con él. Pronto comenzaron a salir a cabalgar juntos todos los días. Algunas semanas después, Lola se mudó al departamento de Dujarier.
Durante un tiempo ambos fueron muy felices. Con la ayuda
de Dujarier, Lola comenzó a reactivar su carrera de bailarina. A pesar del riesgo que ello significaba para su posición social, Dujarier anunció a sus amigos que se casaría con Lola aquella primavera. (Lola nunca le había confesado que a los diecinueve años se había fugado con un inglés, con el cual continuaba legal- mente casada.) A pesar de que Dujarier estaba profundamente enamorado, su vida comenzó a desmoronarse.
Su suerte en los negocios cambiaba; sus influyentes amigos
empezaban a eludirlo. Cierta noche, Dujarier fue invitado a una fiesta, a la que concurrirían algunos de los jóvenes más acaudalados de París. Lola quería ir a toda costa, pero él no se lo permitió. Ésa fue la primera pelea de la pareja. Dujarier asistió solo a la fiesta. Allí, totalmente borracho, insultó a un influyente crítico teatral, Jean Baptiste Rosemond de Beauvallon, supuestamente por algo que el hombre había dicho acerca de Lola. A la mañana siguiente Beauvallon (que era el mejor tirador de Francia) lo desafió a batirse en duelo. Dujarier intentó disculparse, pero el duelo se llevó a cabo y Dujarier fue muerto. Así terminó la vida de uno de los jóvenes más prometedores de la sociedad parisiense. Desconsolada, Lola abandonó París.
En 1946, Lola Montes estaba en Munich, donde decidió cortejar y conquistar al rey Luis de Baviera. Descubrió que la mejor forma de abordar al soberano era a través de su edecán, el conde Otto von Rechberg, un hombre que tenía gran debilidad por las jóvenes bonitas. Cierto día, cuando el conde se encontra- ba desayunando en un café al aire libre, Lola pasó por alli montada en su caballo, sufrió una oportuna caída "accidental" y aterrizó a los pies de Rechberg. El conde corrió en su auxilio; quedó encantado con ella y le prometió presentarla a Luis de' Baviera.
Rechberg dispuso una audiencia con el rey, pero cuando
LA NUEZ Y EL CAMPANARIO
Una nuez se encontró de pronto en el pico de un cuervo, que la llevó a lo alto de un campanario; pero la
nuez cayó en una grieta con lo cual escapó a su terrible suerte.
Entonces le rogó a la pared que le brindara abrigo; le rogó por la gracia de Dios y elogió la altura del campanario, su belleza y el noble tono de sus campanas. "Como no he podido caer a la sombra de las verdes ramas de mi viejo
padre y yacer en la
tierra a sus pies, cubierta por sus hojas caídas —continuó la nuez—, te pido que tú, al menos, no me abandones. Cuando me vi en el pico del cruel cuervo juré que si escapaba concluiría mi vida en un pequeño hueco."
Al oír esas palabras, el muro, movido a compasión, de buen grado alojó a la nuez en el sitio en el que había caído. Al poco tiempo la nuez se
abrió: sus raíces fueron
introduciéndose entre las rendijas de las piedras y comenzaron
a separarlas; sus brotes
se alargaron hacia el cielo. Pronto sobrepasaron el campanario y, a medida que las retorcidas raíces crecían en espesor, comenzaron a desplazar a las viejas
piedras de su lugar y a
abrir grandes grietas. Entonces el muro, ya demasiado tarde, lamentó la causa de su destrucción; al poco tiempo se desmoronó.
LEONARDO DA VINCI,
1452-1519
En su tiempo, Simon Thomas fue un gran médico. Recuerdo que lo conocí un día en la casa de un acaudalado anciano que sufría de tuberculosis. Al
discutir con su paciente distintas curas, le dijo que una de las formas de sanar sería la de brindarme a mí la posibilidad de disfrutar de su compañía: eso le permitiría fijar la mirada en la frescura
de mi semblante, y sus
pensamientos en la desbordante alegría y el vigor de mi joven virilidad; al llenar todos sus sentidos con la flor de mi juventud, su estado podría mejorar. Lo que se olvidó de decir es que el mío podría empeorar.
MONTAIGNE, 1533-1592
Hay muchas cosas de las que se afirma que son contagiosas. La somnolencia puede ser contagiosa, así como el bostezo. En una estrategia en gran escala, cuando el enemigo se encuentra nervioso y muestra inclinación a moverse de prisa, no le haga el menor de los casos. Demuestre de manera ostentosa una calma total, y su enemigo
se contagiará y se distenderá. Usted le contagiará su espíritu. Tenga presente que puede contagiarle un espíritu desaprensivo y
Lola llegó a la antesala oyó que Luis de Baviera decía que se hallaba demasiado ocupado como para encontrarse con una extraña que procuraba favores. Lola apartó a los guardias e ingresó en la sala donde se encontraba el rey. En el forcejeo con los guardias, de alguna forma la parte delantera de su vestido se desgarró (quizá lo hizo ella misma, quizás uno de los custodios), de manera que, ante la mirada atónita de todos, y sobre todo de la del rey, sus pechos desnudos quedaron al descubierto. Lola obtuvo su audiencia con Luis de Baviera. Cincuenta y cinco horas después, debutó en los escenarios bávaros. Las críticas fueron espantosas, pero ello no impidió que el rey le consiguiera más actuaciones para ella.
Según sus propias palabras, Luis de Baviera había sido "hechizado" por Lola. Comenzó a aparecer en público del brazo con ella y le compró y amobló una vivienda en una de las zonas más elegantes de Munich. A pesar de que tenía fama de tacaño y no solía ser afecto a las extravagancias, comenzó a colmar a Lola de regalos y a escribirle poemas de amor. Convertida en amante favorita del rey, fue catapultada a la fama de la noche a la mañana.
Lola comenzó a perder su sentido común. Cierto día, durante una de sus cabalgatas, vio a un hombre mayor que cabalgaba más adelante, con demasiada lentitud para el gusto de ella. Como no conseguía pasarlo, comenzó a golpearlo con la fusta. En otra ocasión, sacó a su perro a pasear sin llevarlo de la correa. Cuando el animal atacó a un transeúnte, Lola, en lugar de ayudar al hombre, lo golpeó con la correa del perro. Incidentes de este tipo enfurecían a los conservadores ciudadanos de Baviera, pero el rey defendía a Lola contra viento y marea, e incluso le consiguió la ciudadanía bávara. Quienes conformaban su entorno trataron de advertirle de los peligros que entrañaba aquella relación, pero el rey despedía a todo aquel que osaba criticar a Lola.
Mientras los bávaros que hasta entonces habían amado a su
rey mostraban sin rodeos que le habían perdido todo respeto, Lo- la fue nombrada condesa, residía en un nuevo palacio construido para ella, y comenzó a meterse en política, como asesora del rey. Era una de las personas más poderosas del reino. A medida que su influencia sobre el gabinete del soberano iba creciendo, trata- ba a los demás ministros con mayor arrogancia y desdén. Como consecuencia, en toda Baviera comenzaron a producirse manifes- taciones contra la amante del rey. Un país otrora pacífico, de pronto parecía hallarse al borde de una guerra civil, pues los es- tudiantes clamaban en todas partes: "Raus mit Lola!".
Para febrero de 1848, Luis de Baviera ya no pudo resistir la
presión. Con profunda tristeza ordenó a Lola que abandonara Baviera de inmediato. Lola se fue, pero no sin antes cobrar una importante "indemnización". Durante las cinco semanas siguientes, la ira de los bávaros se dirigió contra su antes tan amado rey, que en marzo de aquel ario se vio obligado a abdicar.
Lola Montes se mudó a Inglaterra. Lo que necesitaba por sobre todas las cosas era un halo de respetabilidad, de modo que, a pesar de estar casada (aún no se había divorciado del inglés), le echó el ojo a George Trafford Heald, un joven y brillante oficial del ejército, hijo de un influyente abogado. Aunque era diez años menor que Lola y podría haber elegido esposa entre las jóvenes más bellas y adineradas de la sociedad británica, Heald cayó bajo su hechizo. Se casaron en 1849. No mucho después, Lola fue arrestada, acusada de bigamia, pero logró eludir la cárcel; ella y Heald se dirigieron a España. Tenían peleas terribles, y en cierta ocasión Lola lo atacó con un cuchillo. Al fin terminó echándolo. Cuando Heald regresó a Inglaterra, se encontró con que había perdido su cargo en el ejército. Marginado por la sociedad inglesa, marchó a Portugal, donde vivió en la pobreza. Al cabo de pocos meses, concluyó su corta vida, en un accidente náutico.
Algunos años más tarde, el hombre que había publicado la autobiografía de Lola Montes fue a la bancarrota.
En 1853 Lola se mudó a California, donde conoció a un hombre llamado Pat Hull, con quien se casó. Esta relación, como todas las anteriores, fue tormentosa; por último lo abandonó por otro hombre. Hull comenzó a beber y cayó en una profunda depresión, que duró hasta su muerte, cuatro años después, cuando aún era relativamente joven.
A los cuarenta y un años de edad, Lola donó todas sus ropas y joyas, y se volvió hacia Dios. Recorrió los Estados Unidos dando conferencias sobre temas religiosos, vestida de blanco y con el remedo de un halo como adorno en la cabeza. Murió dos años después, en 1861.
Interpretación
Lola Montes atraía a los hombres con sus artimañas, pero el poder que ejercía sobre ellos iba más allá de lo sexual. Era a través de la fuerza de su carácter que mantenía fascinados a sus amantes. Los hombres eran atraídos hacia el remolino de su per- sonalidad, que los envolvía y absorbía. Se sentían confundidos, alterados, pero la intensidad de las emociones que ella les generaba también hacía que se sintiesen más vivos.
Como sucede a menudo con los contagios, los problemas
comenzaban a surgir sólo con el correr del tiempo. La inherente
inestabilidad de Lola acababa por irritar a sus amantes. Llegaban
a involucrarse en los problemas de Lola, y su fijación los impulsaba a ayudarla. Éste era el punto clave de la "enfermedad": resultaba imposible ayudar a Lola Montes, pues sus problemas tenían raíces demasiado profundas. Una vez que el amante de turno se identificaba con ellos, estaba perdido. Se veía envuelto en peleas, y la toxicidad de la relación se extendía a sus familiares y amigos o, en el caso de Luis de Baviera, a toda una nación. La única solución consistía en separarse de Lola; de lo contrario, sufrirían la ruina.
exultante, el aburrimiento, e incluso la debilidad.
A BOOK OF FIVE RINGS, MIYAMOTO MUSASHI, SIGLO XVII
No consideres culto al necio, aun cuando puedas considerar sabio a un hombre dotado; y no taches de verdadero asceta al ignorante que hace abstinencia. Evita asociarte con necios, sobre todo con aquellos que se consideran sabios. Y no te sientas satisfecho en tu propia ignorancia. Procura que tu trato sea sólo
con hombres de buena
reputación; porque es con ese trato que el hombre obtiene su propio buen nombre.
¿No , has visto acaso
cómo el aceite de sésamo se combina con rosas y violetas, y
cómo, al cabo de un tiempo de esa asociación, deja de ser aceite de sésamo para ser calificado de aceite de rosas o aceite de violetas?
A MIRROR FOR PRINCES, KAI KA'US IBN ISKANDAR, SIGLO XI
El tipo de personalidad tóxica y contagiosa no se limita a las mujeres; no tiene nada que ver con el sexo. Proviene de una inestabilidad interior que se irradia hacia afuera y atrae el desastre. Hay algo así como un deseo de generar el caos y la destrucción. Usted puede pasarse toda la vida analizando la patología de los caracteres tóxicos, pero no pierda su tiempo: limítese a aprender la lección. Cuando sospeche que se encuentra en presencia de una persona contagiosamente tóxica, no discuta, no intente ayudar, no derive a esa persona a sus amigos, o se verá involucrado sin remedio. Huya de la presencia de la persona tóxica, o sufrirá las consecuencias.
El tal Casio tiene una mirada descarnada y hambrienta. Piensa demasiado... No conozco otro hombre a quien trataría de evitar con tanta presteza como a ese enjuto Casio.... Hombres como él no descansan mientras vean a alguien más grande que ellos mismos, y por lo tanto son muy peligrosos.
Julio César, William Shakespeare, 1564-1616
CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER
Los desafortunados de este mundo, que han sido golpeados por
circunstancias incontrolables, merecen toda la ayuda, la simpatía y el apoyo que podamos brindarles. Pero hay otros que no han nacido desafortunados o desdichados, sino que atraen las desgracias a través de sus actos destructivos y su perturbador efecto sobre los demás. Sería magnífico si pudiésemos ayudarlos a levantar cabeza, a modificar sus esquemas de comportamiento, pero la mayoría de las veces las cosas suceden a la inversa: son los esquemas destructivos de ellos los que terminan por meterse dentro de nosotros y cambiarnos. La razón es muy simple: el ser humano es en extremo susceptible a los humores, a las emociones e incluso a la forma de pensar de aquellas personas con las que comparte su tiempo.
Los individuos desdichados y desequilibrados sin remedio tie- nen una capacidad particularmente grande para contagiarnos su toxicidad, gracias a la extrema intensidad de sus caracteres y emo- ciones. A menudo se presentan como víctimas, lo cual, a primera vista, toma dificil comprender que sus desgracias son autogenera- das. Antes de que uno pueda darse cuenta de la verdadera naturaleza de sus problemas, ya ha sido contagiado por ellos.
Es necesario que comprenda lo siguiente: en el juego del poder es de importancia crucial verificar con qué tipo de gente se asocia. El riesgo de interactuar con personas contagiosas reside en que usted desperdiciará un tiempo valioso y mucha energía para liberarse de esa influencia negativa. Y, gracias a una especie de culpa por asociación, también perderá valor ante los ojos de los demás. Nunca subestime los peligros del contagio que presenta una persona tóxica.
Existen muchas clases de personas tóxicas de las que hay que prevenirse, pero el más virulento es el individuo que sufre de in- satisfacción crónica. Casio, el magistrado romano que conspiró contra Julio César, padecía de la insatisfacción que proviene de una profunda envidia. Simplemente no soportaba la presencia de al- guien más talentoso que él. Quizá presintiendo el resentimiento que destilaba aquel hombre, Julio César no le confirió el cargo de primer magistrado, que asignó, en cambio, a Bruto. Casio rumió y rumió su odio contra César, hasta convertirlo en algo patológi- co. El propio Bruto, un convencido republicano, censuraba la dictadura de César; si hubiese tenido la paciencia de esperar, después de la muerte de César se habría convertido en el primer hombre de Roma y podría haber enmendado los males que generó su antecesor. Pero Casio le contagió su propio rencor, llenándole los oídos con comentarios de los actos malvados de César. Al fin convenció a Bruto y lo ganó para su conspiración. Aquello fue el comienzo de una gran tragedia. Cuántas desgracias habrían podido evitarse si Bruto hubiese aprendido a temer la fuerza contagiosa de las personas tóxicas.
Para este tipo de infecciones existe una sola solución: la
cuarentena. Pero cuando usted al fin reconoce el problema, suele ser ya demasiado tarde. Una Lola Montes lo apabulla con su fuerte personalidad. Un Casio lo envuelve con sus confidencias y la complejidad de sus sentimientos. ¿Cómo es posible protegerse contra virus tan activos y patológicos? La respuesta reside en juzgar a la gente por el efecto que ejercen sobre el mundo que los
Imagen: Un virus. Invisible, penetra
rodea, y no por las causas que ellos nos presentan como motivo
nuestros poros sin advertencia previa y
de sus problemas. Los agentes de contagio pueden ser reconoci-
se esparce lenta y silenciosamente.
dos por las desgracias que atraen sobre sí mismos, por su larga
Antes de que podamos darnos cuenta, la
lista de relaciones fracasadas, por la inestabilidad de su carrera y
infección nos ha invadido por completo.
por la misma fuerza de su carácter, que los envuelve y les hace
perder la razón. Tome estas señales como advertencia de que se encuentra frente a una persona tóxica altamente contagiosa. Aprenda a verles el descontento de la mirada. Y, lo más importante de todo: no les tenga lástima. No se enrede tratando de ayudarlos. La persona tóxica no cambiará, pero usted quedará atrapado.
La otra cara del contagio es igualmente válida y quizá más fácil de comprender: hay personas que atraen la felicidad por su buena disposición, su euforia natural y su inteligencia. Pueden constituir una fuente de placer, y usted debiera asociarse con ellas para compartir la prosperidad que esas personas convocan.
Esto vale para algo más que para el buen ánimo y el éxito.
Todas las cualidades positivas pueden ser contagiosas. Talleyrand tenía muchos rasgos extraños g intimidatorios, pero la mayoría de la gente coincidía en que superaba a todos los franceses en afabilidad, encanto aristocrático e ingenio. Talleyrand provenía de una de las más antiguas familias nobles del país y, a pesar de sus ideas democráticas y de su fe en la República Francesa, conservaba los modales cortesanos. Su contemporáneo Napoleón era, en muchos aspectos, por completo opuesto: un campesino de Córcega, taciturno, poco gentil y hasta violento.
Napoleón no admiraba a nadie tanto como a Talleyrand.
Envidiaba el trato que tenía su ministro con la gente, así como su gracia y su habilidad para seducir a las mujeres, y trataba por todos los medios de tenerlo cerca, en la esperanza de absorber la cultura de que él carecía. No cabe duda de que Napoleón fue cambiando a lo largo de su gobierno; muchas de sus asperezas se suavizaron gracias a su constante asociación con Talleyrand.
Utilice el aspecto positivo de la ósmosis emocional y- benefíciese con sus ventajas. Si, por ejemplo, usted es avaro y mezquino por naturaleza, nunca llegará más allá de ciertos limites; ya que sólo las almas generosas alcanzan la grandeza. Júntese con los generosos, y éstos lo contagiarán, abriendo en usted todo lo que podría ser estrecho y limitado. Si usted es taciturno, vuélquese hacia los individuos alegres. Si tiende al aislamiento, oblíguese a hacerse amigo de los gregarios. No se asocie nunca con quienes comparten sus defectos, ya que sólo reforzarán todo lo que a usted lo traba. Relaciónese sólo con aquellas personas con las que comparta afinidades positivas. Convierta esta premisa en la regla básica de su vida, y se beneficiará más que con cualquier terapia.
Autoridad: Reconozca la buena fortuna, a fin de poder elegirla como compañera; y a los desafortunados, para poder evitarlos. El infortunio suele ser culpa de la necedad, y entre quienes la padecen no hay en- fermedad más contagiosa. Nunca abra su puerta a la menor de las desgracias, porque si lo hace otras muchas la seguirán de inmediato...
INVALIDACIÓN
Esta ley no admite invalidación alguna. Su aplicación es universal. No se gana nada asociándose con quienes sólo contagian miseria y sus desgracias. En cambio, al acercarse a los afortunados sólo ganará poder y buena suerte. Si ignora esta ley, lo hace bajo su propia responsabilidad.
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