LEY N° 3 DISIMULE SUS INTENCIONES
CRITERIO
Desconcierte a la gente y manténgala en la mayor igno-
rancia posible, sin revelar nunca el propósito de sus
acciones. Si no tienen la menor idea de qué es lo que us-
ted quiere lograr, les resultará imposible preparar una
defensa. Condúzcalos por el camino de las falsas supo-
siciones, envuélvalos en una nube de humo y verá que,
cuando al fin caigan en la cuenta de las verdaderas in-
tenciones de usted,.ya será tarde para ellos.
la PARTE : UTILICE FALSOS OBJETOS DE DESEO
Y PISTAS FALSAS PARA DISTRAER LA ATENCIÓN
DE LOS DEMÁS.
Si en algún momento de su accionar los demás albergan la menor
sospecha de que usted está ocultando sus verdaderas intenciones,
todo está perdido. No les dé la menor oportunidad de darse cuenta
de cuál es su juego. Distráigalos con pistas falsas. Utilice una
sinceridad fingida, emita señales ambiguas, presente objetos de
deseo que lbs confundan. Al no lograr distinguir lo genuino de lo
falso, no podrán discernir su verdadero objetivo.
TRANSGRESIÓN DE LA LEY
Durante varias semanas, Ninón de Lenclos, una de las más
renombradas cortesanas francesas del siglo xvii, escuchó con
paciencia mientras el marqués de Sevigné explicaba sus
dificultades para conquistar el amor de una hermosa, joven y
esquiva condesa. En aquel momento, Ninón contaba sesenta
y dos años de edad y tenía más que sobrada experiencia en temas
sentimentales. El marqués era un muchacho de veintidós años,
apuesto, seductor, pero por entero carente de experiencia en todo
lo relacionado con los juegos del amor. Al principio, a Ninón le
divertían los relatos del joven marqués, que le confesaba los
errores cometidos, pero al fin se hartó de tantas equivocaciones.
Incapaz de tolerar la ineptitud en cualquier ámbito, y mucho
menos en el de la seducción, decidió ayudar al joven enamorado.
En primer lugar, el marqués debía entender que aquello era una
guerra y que la hermosa condesa era una fortaleza a la que había
que poner sitio con la cuidadosa estrategia de un general. Cada
paso debía ser planificado y ejecutado con suma atención,
teniendo en cuenta cada detalle y matiz.
Ninón indicó al marqués que, al comenzar de nuevo su
conquista, se aproximara a la condesa con un aire un tanto
distante, con un toque de indiferencia. La próxima vez que los
dos se hallaran a solas, él confiaría en la condesa como un amigo,
no como un potencial amante. Ésta era la mejor forma de
despistarla. La condesa ya no debía dar por sentado el interés
sentimental del joven. Era necesario que considerara la
posibilidad de que a él sólo le interesara entablar una amistad con
ella.
Ninón planificó todo con sumo cuidado. Una vez que la
condesa se sintiera confundida en cuanto a las verdaderas
intenciones del marqués, habría llegado el momento de ponerla
celosa. Durante el encuentro siguiente, que se produciría en una
de las principales fiestas celebradas en París, el marqués se haría
presente acompañado por una hermosa mujer, que a su vez tenía
amigas igualmente bellas. De este modo, la esquiva condesa vería
al marqués rodeado de las mujeres más llamativas de París, lo
cual no sólo la haría arder de celos, sino que le haría notar que el
marqués era deseado y admirado por otras mujeres. A Ninón le
costó mucho lograr que el marqués comprendiera esta estratage-
ma, pero le explicó con paciencia que una mujer que se interesa
por un hombre quiere comprobar que otras mujeres también se
fijan en él. Esto no sólo incrementa de inmediato su valor, sino
que la satisfacción de arrebatárselo a sus rivales resulta muy
gratificante.
Una vez que la condesa estuviese celosa y desconcertada,
habría llegado el momento de seducirla. Siguiendo las
instrucciones de Ninón, el marqués dejaría de presentarse en
reuniones en que la condesa esperara verlo. Luego, de manera
sorpresiva, aparecería en salones que nunca antes había
frecuentado, pero a los que la condesa concurría con asiduidad.
Así, a ella le resultaría imposible predecir los movimientos del
marqués. Todo esto la conduciría a un estado de confusión
emocional, requisito indispensable para toda seducción exitosa.
El marqués, a lo largo de varias semanas, siguió con exactitud
las instrucciones de su mentora, y Ninón controlaba los progresos
del joven. A través de su red privada de espías, se enteró de que
la condesa se reía más de las gracias del marqués y escuchaba con
mayor atención sus historias; supo que la condesa comenzó, de
repente, a hacer averiguaciones acerca del marqués. Los amigos
de Ninón le confiaron que, en reuniones sociales en las que se
encontraban el marqués y la joven condesa, ésta no lo perdía de
vista. Ninón estaba segura de que la joven iba cayendo presa del
encanto de su admirador. Era cuestión de semanas, o quizá de
uno o dos meses, pero, si todo seguía su curso normal, la fortaleza
no tardaría en caer.
Algunos días más tarde, el marqués se encontraba en la casa
de la joven condesa. Ambos estaban solos. De pronto, él se
mostró de forma por completo diferente. Obedeciendo a sus
propios impulsos, en lugar de seguir las instrucciones de Ninón,
tomó entre las suyas las manos de la condesa y le confesó que
estaba perdidamente enamorado de ella. La joven se mostró
confundida, una reacción que el marqués no esperaba; luego
adoptó una actitud de fría cortesía y se excusó. Durante el resto
de la velada lo evitó con cuidado y ni siquiera acudió a despedir-
lo. Las siguientes veces que el joven fue a visitarla, se le informó
que la condesa no se encontraba en la casa. Cuando al fin ella
accedió a verlo de nuevo, cada uno se sentía incómodo en la
presencia del otro. El encanto se había roto.
Interpretación
Ninón de Lenclos lo sabía todo sobre el arte del amor. Los más
grandes escritores, pensadores y políticos de la época habían sido
sus amantes, incluidos La Rochefoucauld, Moliére y Richelieu.
Para ella, la seducción era un juego que había que practicar con
suma habilidad. A medida que envejecía, su reputación iba en
aumento y las principales familias de Francia le enviaban a sus
hijos para que los instruyera en las artes del amor.
Ninón sabía que hombres y mujeres son muy diferentes, pero
que, cuando de la seducción se trata, sienten lo. mismo: en el
fondo de su ser, a menudo saben que los seducen, pero ceden
porque disfrutan de esa seducción de que son objeto. Es un placer
dejarse llevar y permitir que la otra persona nos conduzca a un
país de maravillas. Todo lo relacionado con la seducción
depende, sin embargo, de veladas e indirectas sugerencias. Usted
no puede formular sus intenciones sin rodeos o revelarlas
directamente; por el contrario, deberá despistar al objeto de sus
desvelos. Para rendirse a sus intenciones, la otra persona debe
sentirse un tanto desorientada. Deberá confundir las señales:
demuestre interés por otro hombre u otra mujer, luego sugiera
estar interesado en la persona a la que intenta seducir, luego finja
indiferencia, y así sucesivamente. Este esquema de acción no sólo
confunde sino que excita.
Imagínese esta historia desde la perspectiva de la joven
condesa: después de algunos de los pasos dados por el marqués,
sintió que el joven la tornaba objeto de un juego, pero ese juego
le encantaba. No sabía hacia dónde la conduciría, pero le
resultaba muy interesante. Los movimientos de él la intrigaban y
la mantenían expectante, ansiosa por ver cuál sería el próximo
paso. Incluso disfrutaba de sus celos y de su confusión interior,
porqué a veces cualquier emoción es mejor que el aburrimiento
de la certeza. Quizás el marqués tuviera motivaciones ocultas,
como la mayoría de los hombres. Pero ella estaba dispuesta a es-
perar y ver qué pasaba. Tal vez, si la espera se hubiese prolongado
lo suficiente, los motivos finales de él no habrían importado dema-
siado.
Pero en el momento en que el marqués pronunció la palabra
fatal —"amor"— todo cambió. Ya no se trataba de un juego con
emocionantes altibajos, sino de una tosca manifestación de
pasión. Las intenciones del joven quedaron reveladas: la estaba
seduciendo. Con esta actitud, todo lo que había hecho antes
ahora se veía bajo una luz diferente. Todo lo que antes había sido
misterioso y encantador, ahora resultaba obvio y sin gracia. La
condesa se sintió avergonzada y usada. Y cerró una puerta que
nunca volvería a abrir.
Que no te consideren un tramposo, aunque hoy sea imposible
vivir sin serlo.
Haz que tu mayor astucia radique en encubrir lo
que parece ser una actitud astuta.
Baltasar Gracián, 1601-1658
OBSERVANCIA DE LA LEY
En 1850, el joven Otto von Bismarck, que entonces tenía treinta
y cinco años de edad y era representante ante el parlamento
prusiano, se encontraba en un punto crítico de su carrera. El tema
del momento era la unificación de los diversos estados (incluida
Prusia) en los que Alemania se encontraba dividida- en aquel
tiempo, y la amenaza de una guerra con Austria, el poderoso
vecino del sur que aspiraba a mantener débil y dividida a
Alemania y amenazaba,'incluso con la intervención armada, en
caso de que el país intentara unificarse. El príncipe Guillermo,
primero en la línea de sucesión del trono de Prusia, abogaba por
ir a la guerra y el parlamento se adhirió a su causa, preparado
para respaldar cualquier movilización de tropas. Los únicos que
se oponían a la guerra eran el rey de Prusia, Federico Guiller-
mo N, y sus ministros, que preferían aplacar a los poderosos
austríacos.
Durante toda su carrera, Bismarck había. respaldado con
lealtad, y hasta con pasión, el poder y la supremacía de Prusia.
Soñaba con una Alemania unificada y con hacer la guerra contra
Austria y humillar al país que durante tanto tiempo había logrado
mantener dividida a Alemania. Como ex soldado, veía la guerra
como algo glorioso.
Bismarck fue el hombre que años más tarde diría: "Los
grandes problemas de esta época no se resuelven con discursos o
votaciones mayoritarias, sino a sangre y hierro".
Patriota apasionado y amante de la gloria militar, Bismarck,
sin embargo, pronunció un discurso ante el Parlamento, durante
el apogeo de la fiebre bélica, que dejó atónitos a quienes lo
escucharon. "iDesdichado del estadista que hace la guerra sin una
razón que siga siendo válida cuando esa guerra haya concluido!
-dijo Bismarck-. Después de la guerra, todos ustedes verán estos
asuntos desde una perspectiva diferente. ¿Tendrán entonces el
coraje de dirigirse al campesino que contempla las cenizas de su
granja, o al hombre tullido, o al padre que ha perdido a sus
hijos?" Bismarck no sólo siguió hablando de la locura de la guerra
sino que -y esto fue lo más extraño de todo- elogió a Austria y
defendió su proceder. Su discurso iba en contra de todo lo que él
mismo representaba. Las consecuencias de sus palabras fueron
inmediatas. Si Bismarck estaba en contra de la guerra... ¿qué
significado tenía esa actitud? Otros representantes se sintieron
confundidos y algunos modificaron su voto. Finalmente, el rey y
sus ministros ganaron y la guerra pudo evitarse.
Algunas semanas después del ignominioso discurso de
Bismarck, el rey, agradecido por su apoyo a la paz, lo nombró
ministro del gabinete. Años más tarde se convirtió en Primer
Ministro de Prusia. En esta función logró, al fin, conducir a su país
y a su pacifista rey a una guerra contra Austria, en la que aplastó
al poderoso imperio; luego estableció un poderoso Estado
alemán, con Prusia a la cabeza.
Interpretación
En el momento de su discurso, en 1850, Bismarck realizó diversos
cálculos. En primer lugar, consideraba que los militares
prusianos, que no estaban a la altura de otros ejércitos europeos,
no se hallaban preparados para una guerra, por lo cual era muy
probable que ganara Austria, con desastrosos resultados para el
futuro. Segundo, si se perdía la guerra y Bismarck la hubiese
apoyado, su carrera política se vería gravemente afectada. El rey
y sus ministros conservadores deseaban la paz. Bismarck buscaba
el poder. La respuesta consistía en disuadir al pueblo y apoyar
una causa que en realidad detestaba, diciendo cosas que, si las
hubiese escuchado de boca de otra persona, le habrían arrancado
una carcajada burlona. De esa forma engañó a todo el país. Fue
gracias a ese discurso que Bismarck fue nombrado ministro por el
rey, una posición a partir de la cual accedió muy pronto al cargo
de Primer Ministro y obtuvo el poder necesario para fortalecer el
ejército prusiano y lograr lo que en verdad había deseado todo el
tiempo: la humillación de Austria y la unificación de Alemania
bajo el liderazgo prusiano.
Bismarck fue, sin duda alguna, uno de los estadistas más
hábiles de la historia, un maestro en la estrategia y en el engaño.
En el caso citado, nadie sospechaba cuáles eran sus verdaderos
objetivos. Si hubiese proclamado sus verdaderas intenciones,
argumentando que era mejor esperar y presentar lucha más
adelante, no habría logrado imponer sus ideas, dado que la
mayoría de los prusianos deseaba la guerra en aquel mismo
instante, pues creía, erróneamente, que su ejército era superior al
austríaco. Si le hubiese seguido el juego al rey, tampoco habría
logrado su objetivo, porque el rey habría desconfiado de su
ambición y dudado de su sinceridad.
Al disimular sus verdaderas intenciones y emitir señales que
confundieron a su audiencia, engañó a todo el mundo, ocultó sus
propósitos reales y logró todo cuanto ambicionaba. Éste es el
poder que tiene el ocultar las verdaderas intenciones.
CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER
La mayoría de las personas son como un libro abierto. Dicen lo
que sienten, manifiestan abiertamente sus opiniones en la primera
oportunidad que se les presenta y revelan sus planes e intencio-
nes. Lo hacen por razones diversas. En primer lugar, es fácil y
natural desear hablar sobre lo que uno siente y sobre los planes
que tiene para el futuro. Sofrenar la lengua y controlar con
cuidado lo que se revela exige un gran esfuerzo. En segundo
lugar, muchas personas creen que siendo abiertos y honestos se
ganan el afecto de los demás. Sin embargo, están en un gran
error. La sinceridad es un instrumento romo, que hace sangrar
más de lo que corta. Lo más probable es que con la sinceridad
logren ofender a la gente. Es mucho más prudente medir y
adecuar las palabras, y decir a la gente lo que desea oír, y no
enfrentarla con la cruda y desagradable realidad de lo que uno
siente o piensa. Y, por encima de todo, el ser desinhibidamente
franco lo convertirá en un individuo tan predecible y conocido,
que resultará casi imposible respetarlo o temerle. El poder no cae
en manos de una persona incapaz de inspirar ninguna de estas
dos cosas.
Si usted ansía obtener poder, deje de lado ya mismo la
sinceridad y aprenda el arte de disimular sus intenciones. Cuando
lo domine, siempre correrá con ventaja con respecto a los demás.
Hay una verdad muy simple acerca de la naturaleza humana, que
constituye el elemento básico de la habilidad de ocultar nuestras
verdaderas intenciones: el primer instinto del ser humano
siempre es creer en las apariencias. No se puede ir por la vida
dudando de la realidad de lo que vemos y oímos, imaginando que
las apariencias ocultan otra cosa; esto terminaría por agotarnos y
aterrarnos. Debido a esto, resulta relativamente fácil disimular
nuestras verdaderas intenciones. Basta con presentar un objeto
que supuestamente deseamos, un objetivo que en apariencia
queremos alcanzar, ante la vista de los demás y tomarán por
realidad esas apariencias. Una vez que su atención se centre en el
señuelo, no se dan cuenta de las verdaderas intenciones. En el arte
de la seducción, emita señales contradictorias, tales como deseo e
indiferencia, y no sólo despistará a los demás sino que encenderá
su deseo de poseerlo.
Una táctica que suele resultar eficaz como pista falsa es la de
aparentar apoyar una idea o causa por entero opuesta a sus
verdaderos sentimientos. (Bismarck utilizó esta táctica en forma
muy efectiva en su discurso de 1850.)' La mayoría de la gente
supondrá que, simplemente, ha cambiado de opinión, dado que
no es frecuente jugar con tanta ligereza con algo tan emotivo como
las opiniones y los valores personales. Lo mismo vale para
cualquier objeto de deseo presentado como señuelo: simule desear
algo que en realidad no le interesa obtener, y logrará despistar a
sus enemigos, que cometerán todo tipo de errores de cálculo.
Durante la guerra de la Sucesión Española, en 1711, el Duque
de Marlborough, comandante de la armada británica, deseaba
destruir un fuerte francés de importancia clave, ya que protegía
un paso vital a través de Francia. Sin embargo, sabía que, si
llegaba a destruirlo, los franceses descubrirían de inmediato sus
verdaderas intenciones: avanzar por aquel camino. De modo que,
en lugar de destruirlo, capturó aquel fuerte y dejó allí parte de sus
tropas, simulando que deseaba utilizarlo para sus propios fines.
Los franceses atacaron el fuerte y el duque dejó que lo recupera-
ran. Una vez que los franceses volvieron a ocuparlo, fueron ellos
quienes lo destruyeron, convencidos de que el duque lo pretendía
por alguna razón estratégica importante. Sin el fuerte, el camino
había quedado sin protección y Marlborough pudo entrar en
Francia sin problemas.
Utilice esta táctica de la manera siguiente: oculte sus
intenciones, no cerrándose (con lo que se arriesga a sugerir que
guarda un secreto, y despertar sospechas), sino hablando sin cesar
de sus deseos y objetivos... pero no los verdaderos. Con esto
matará tres pájaros de un tiro: parecerá una persona amable,
abierta y confiada; ocultará sus verdaderas intenciones; y hará
que sus rivales pierdan un tiempo precioso defendiendo el flanco
equivocado.
Otra herramienta poderosa para despistar a la gente es la
franqueza falsa. La gente tiende a confundir franqueza con
sinceridad. Recuerde que el primer impulso es creer en las
apariencias, y, dado que todos valoran la sinceridad y quieren
creer en la sinceridad de quienes los rodean, rara vez dudarán de
usted o adivinarán sus verdaderas intenciones. El aparentar creer
en lo que usted dice confiere un gran peso a sus palabras. Es así
como algo engañó y destruyó a Otello: en vista de la profundidad
de sus emociones y la aparente sinceridad de su preocupación por
la supuesta infidelidad de Desdémona, ¿cómo podía Otello
desconfiar de él? Así fue también como el gran estafador Yelloiv
Kid Weil pudo engañar a sus incautas víctimas: simulando creer
absoluta y profundamente en el señuelo que les ponía delante de
sus narices (acciones falsas, un caballo de carrera destinado a
perder), hacía que su realidad fuese difícil de cuestionar. Por
supuesto que es importante no ir demasiado lejos en este campo.
La franqueza es una herramienta traicionera: si usted se muestra
demasiado apasionado, despertará sospechas en los demás.
Muéstrese medido y creíble, o su ardid será detectado.
Para convertir su falsa sinceridad en un arma eficaz para
ocultar sus intenciones, defienda su fe en la franqueza y en la
transparencia como valores sociales importantes. Hágalo en la for-
ma más pública posible. Enfatice su posición sobre el tema;
proclame, de tanto en tanto, algún pensamiento en el que crea
profundamente, pero cuídese, por supuesto, de que en realidad
sea - irrelevante o insignificante. Talleyrand, el ministro de Napo-
león Bonaparte, era un maestro en ganarse la confianza de la
gente revelando algún secreto aparente. Esta simulada confiden-
cia —que no era más que un señuelo— lograba extraer una
confidencia real de parte de la otra persona.
Recuerde: los mejores burladores hacen todo lo que está a su
alcance para enmascarar su carácter de bribones. Cultivan un aire
de sinceridad en un área para disimular su accionar artero en
otra. La franqueza no es más que un señuelo entre las armas de
su arsenal.
UTILICE UNA CORTINA DE HUMO
PARA OCULTAR SUS ACTOS.
2a PARTE:
El engaño es siempre la mejor de las estrategias, pero aun el mejor
de los engaños exige una cortina de humo para distraer la
atención de la gente respecto de nuestras verdaderas intenciones.
Una fachada neutra —como, por ejemplo, la impenetrable "cara
de póquer"— suele ser la cortina de humo perfecta, que oculta sus
intenciones tras algo confortable y familiar. Si usted dirige a sus
víctimas por un sendero conocido, no se darán cuenta cuando
las conduzca a una trampa.
OBSERVANCIA DE LA LEY I
En 1910, un tal señor Sam Geezil, de Chicago, vendió su
comercio por casi un millón de dólares. Abandonó casi todas sus
actividades de negocios y se dedicó sólo a la administración de
sus numerosas propiedades; en el fondo, no obstante, añoraba sus
tiempos de comerciante. Cierto día, un joven llamado Joseph
Weil lo visitó en su oficina y le dijo que quena comprar un
departamento que Geezil había puesto en venta. Geezil le explicó
los términos del negocio: el precio era de 8.000 dólares, pero
pedía un anticipo de sólo 2.000. Weil respondió que lo pensaría,
pero regresó al día siguiente y ofreció pagar al contado el precio
total de 8.000 dólares, siempre y cuando Geezil pudiese esperar
algunos días, hasta que Weil lograra concretar cierto negocio.
Aunque estaba casi retirado de su actividad, Geezil, como hábil
comerciante que siempre había sido, sintió curiosidad por saber
cómo era posible que Weil dispusiera de tanto dinero en efectivo
(el monto equivaldría hoy en día a unos 150.000 dólares) en tan
poco tiempo. Weil se mostró reacio a dar explicaciones y se
apresuró a cambiar de tema. Sin embargo, ante la insistencia de
Geezil, y después de que éste le aseguró absoluta reserva, Weil le
contó la siguiente historia:
El tío de Weil era secretario de un círculo de financistas
multimillonarios. Diez años antes, estos acaudalados caballeros
habían comprado una cabaña de caza en Michigan, a muy bajo
precio. La cabaña no se había usado durante años, por lo que
decidieron venderla, y pidieron al tío de Weil que obtuviera por
ella el dinero que pudiera. Por motivos personales —muy
fundados—, hacía años que el tío guardaba cierto resentimiento
contra los millonarios, y aquélla sería la oportunidad de
desquitarse. Vendería la propiedad a 35.000 dólares a un
testaferro (la tarea de Weil consistía en encontrarlo). Los hombres
de finanzas tenían tanto dinero que no les preocuparía el precio
tan bajo. El testaferro, a su vez, revendería la propiedad por su
precio real, alrededor de 155.000 dólares. El tío, Weil y el tercer
hombre dividirían entre ellos las ganancias de esta segunda venta.
JEHÚ, REY DE ISRAEL,
SIMULA VENERAR AL
ÍDOLO BAAL
Después Jehú reunió a
todo el pueblo y le dijo:
"Ahab sirvió poco a
Baal; Jehú le servirá
más. Llamad, pues, a
mí a todos los profetas
de Baal, a todos los
sacerdotes, sin que
quede ni uno solo,
porque quiero ofrecer
a Baal un gran
sacrificio. El que falte
no vivirá". Jehú
obraba arteramente
para exterminar a los
servidores de Baal.
Dijo, pues:
"Promulgad una fiesta
en honor de Baal".
Promulgáronla,
enviando mensajeros
por todo Israel, y
llegaron todos los
servidores de Baal, sin
que ni uno dejara de
venir, y entraron en la
casa de Baal, que se
llenó de bote en
bote....Y fue Jehú a la
casa de Baal... y dijo a
los servidores de Baal:
"Mirad y ved si por
acaso hay aquí entre
vosotros algún servidor
de Yavé o si están sólo
los servidores de
Baal". Y entró Jehú
para ofrecer sacrificios
y holocaustos.
.lehá habla apostado
fuera a ochenta
hombres, diciéndoles:
"Cualquiera que dejare
escapar a alguno de
estos que yo pongo en
vuestras manos me
responderá de su vida
con la suya". Cuando
hubieron acabado de
ofrecer los sacrificios y
holocaustos, .lehá dijo
a los de su guardia y a
los oficiales: "Entrad y
matadlos, sin que salga
alguno". Los de la
guardia y los oficiales/
pasáronlos a todos a
cuchillo y los arrojaron
fuera, y se fueron al
debir del templo de
Baal. Sacaron luego las
estelas del templo de
Baal y las quemaron.
Destrozaron los pilares
de Baal y derribaron el
templo, e hicieron de él
una cloaca, que todavía
lubsiste hoy. Así
exterminó .lehá a Baal
de en medio de Israel.
ANTIGUO TESTAMENTO,
2 REYES, 10:18-28
Toda la transacción sería absolutamente legal, y además serviría a
una causa justa: la venganza del tío.
Geezil había escuchado lo suficiente; quería ser el testaferro.
Weil se mostró reacio a involucrarlo en el asunto, pero Geezil no
cedía; la idea de ganar una suma importante y embarcarse en una
pequeña aventura lo entusiasmaba. Weil le explicó que él tendría
que poner los 35.000 dólares en efectivo para realizar la
operación. Geezil, que era millonario, respondió que podría
conseguir el dinero sin dificultades. Al fin Weil accedió a
concertar una reunión entre el tío, Geezil y los financistas, en la
ciudad de Galesburg, Illinois.
En el tren que los condujo a Galesburg, Geezil conoció al tío,
un hombre imponente, con el que conversó con entusiasmo sobre
temas de negocios. Weil llevó también a otro hombre, de nombre
George Gross. Weil le explicó a Geezil que él era entrenador de
boxeadores, que Gross era uno de los boxeadores más promiso-
rios, que estaba entrenando y que lo había llevado para
asegurarse de que se mantuviese en forma. Gross, de cabello
entrecano y vientre prominente, no tenía demasiado aspecto de
boxeador, pero Geezil estaba tan entusiasmado con el negocio
que iba a realizar, que no prestó mayor atención a la apariencia
poco atlética del hombre.
Cuando llegaron a Galesburg, Weil y su tío se fueron a buscar
a los financistas, mientras Geezil esperaba en un cuarto de hotel
con Gross, que de inmediato se vistió con su equipo de boxeador
y comenzó a practicar golpes. Geezil, distraído, no reparó en que
el boxeador comenzó a jadear mucho al cabo de pocos minutos
de ejercicio, aunque su estilo parecía bastante creíble. Una hora
después, Weil y su tío regresaron con los financistas, un grupo de
hombres de aspecto impresionante e intimidados, vestidos todos
con trajes caros. La reunión se desarrolló sin contratiempos y los
financistas accedieron a vender la cabaña de caza a Geezil, que ya
había transferido los 35.000 dólares a un Banco local.
Liquidado ese negocio menor, los financistas se reclinaron en
sus sillones y comenzaron a discutir de altas finanzas, dejando
caer el nombre "J. P. Morgan" como si conocieran muy bien a ese
hombre. Por último, uno de ellos reparó en el boxeador, que se
hallaba en un rincón del cuarto. Weil les explicó la razón de la
presencia de Gross allí. Uno de los financistas comentó que él
también tenía un boxeador amigo, y cuando dio su nombre Weil
se echó a reír y afirmó que Gross podría derrotarlo con toda
facilidad. La conversación fue subiendo de tono, hasta convertirse
en una acalorada discusión. Weil desafió a los financistas a
apostar al ganador, y ellos accedieron con avidez. La pelea se
llevaría a cabo al día siguiente.
En cuanto los hombres de finanzas se retiraron, el tío, sin
reparar en la presencia de Geezil, se enfureció con Weil; le dijo
que no tenían dinero suficiente para apostar y que, una vez que
los financistas se dieran cuenta, él perdería su puesto. Weil se
disculpó por haberlo metido en semejante apuro, pero de
inmediato ideó un plan: como conocía muy bien al otro
boxeador, calculaba que con un pequeño soborno podrían
arreglar la pelea. ¿Pero de dónde sacarían el dinero para la
apuesta?, planteó el tío. Sin esos fondos, quedaban fuera del
juego. Al fin intervino Geezil. Dado que no quería comprometer
su negocio y le importaba ganar la buena voluntad de Weil y de
su tío, ofreció sus 35.000 dólares como parte de la apuesta.
Aunque perdiera esa suma, haría transferir otro tanto y aun
ganaría dinero con la venta de la cabaña. El tío y el sobrino le
agradecieron. Con sus propios 15.000 dólares, más los 35.000 de
Geezil, tendrían suficiente dinero para la apuesta. Aquella noche,
mientras miraba a los dos boxeadores que ensayaban la pelea, en
el cuarto del hotel Greezil disfrutaba de antemano de las
suculentas ganancias que obtendría tanto de la pelea como de la
venta de la cabaña.
La pelea tuvo lugar al día siguiente, en un gimnasio. Weil se en-
cargó del dinero, guardado, para mayor seguridad, en una caja
cerrada. Todo se desarrolló tal como lo habían planeado en el ho-
tel. Los financistas miraban con expresión sombría el mal
desempeño de su boxeador, y Geezil soñaba con el dinero fácil que
estaba por ganar. Pero, de pronto, un inesperado swing del boxea-
dor de los financistas dio en pleno rostro de Gross, haciéndolo caer.
Cuando golpeó contra la lona, la sangre le brotó a borbotones de
la boca. Tras un acceso de tos, quedó tendido, inmóvil.
Uno de los financistas, que había sido médico, le tomó el
pulso; Gross estaba muerto. Los millonarios entraron en pánico;
todos debían desaparecer de allí antes de que llegara la policía, ya
que podrían ser acusados de asesinato.
Aterrado, Geezil huyó del gimnasio y regresó a Chicago,
dejando atrás sus 35.000 dólares, que le parecieron un precio bajo
por evitar verse implicado en un crimen. Nunca quiso volver a
ver ni a Weil ni a ninguno de los otros protagonistas de aquel
episodio.
En cuanto Geezil se fue, Gross se levantó por sus propios
medios. La sangre que le había brotado de la boca, había salido
de un pequeño globo lleno con sangre de gallina y agua caliente,
oculto en su boca. Todo el asunto había sido manipulado de
manera magistral por Weil, conocido como "The Yellow Kid",
uno de los estafadores más creativos de la historia. Weil repartió
los 35.000 dólares con los financistas y los dos boxeadores (todos
estafadores, como él), una bonita ganancia por un trabajo de
pocos días.
CRUCE
DISIMULADAMENTE EL
OCÉANO A PLENA LUZ
DEL DÍA
Esto significa crear un
frente que, con el
tiempo, termina
impregnado de un
clima o una impresión
de familiaridad, dentro
de la cual el estratega
puede maniobrar de
modo invisible,
mientras los ojos de
todo el mundo están
preparados sólo para
ver lo obviamente
familiar.
"LAS TREINTA Y SEIS
ESTRATEGIAS", CITADO
EN THE JAPANESE ART
OF WAR,
THOMAS CLEARY, 1991
Interpretación
Yellow Kid había elegido a Geezil como la víctima ideal, mucho
antes de montar su golpe magistral. Sabía que la treta del match de
boxeo sería el medio perfecto para sacarle el dinero de manera
rápida y definitiva. Pero también sabía que, si hubiera intentado
interesar a Geezil de entrada en el asunto del boxeo, habría
fracasado. Tenía que ocultar sus verdaderas intenciones y distraer
la atención de su víctima, creando una cortina de humo que, en
este caso, fue la venta de la cabaña de caza_
Durante el viaje en tren y en el cuarto del hotel, la mente de
Geezil estuvo por completo absorta en el negocio pendiente, el
dinero fácil que ganaría y la oportunidad de codearse con
hombres de las altas finanzas. Esto demuestra el poder de
distracción de una cortina de humo. Enfrascado en su negocio, la
atención de Geezil pudo ser orientada con facilidad hacia el
encuentro de boxeo, pero sólo cuando ya era demasiado tarde
para que se diera cuenta de los detalles que habrían delatado a
Gross. La pelea, después de todo, dependía del soborno y no del
estado fisico del boxeador. Y, al final del episodio, Geezil se sintió
tan aterrado ante la supuesta muerte del boxeador, que se olvidó
por completo de su dinero.
Aprenda del Yellow Kid: una fachada familiar y poco
llamativa es la cortina de humo ideal. Encare a su víctima con una
idea que parezca de lo más normal, común y corriente: un
negocio, una intriga financiera. La mente de la persona a la que
intenta manipular estará ocupada y no sospechará nada. Será
entonces cuando, con suma cautela, usted lo conducirá hacia el
camino lateral y la resbaladiza pendiente por la que caerá, sin
remedio, en la trampa.
OBSERVANCIA DE LA LEY II
A mediados de la década de los 20, los poderosos y dictatoriales je-
fes militares de Etiopía se dieron cuenta de pronto de que un joven
de la nobleza, de nombre Haile Selasie, también conocido como el
Ras Tafari, los estaba superando a todos y se hallaba muy cerca de
proclamarse líder absoluto del país y unificar Etiopía por primera
vez en décadas. La mayoría de sus rivales no llegaba a comprender
cómo era posible que aquel hombre esmirriado, callado y de mo-
dales suaves hubiera llegado a tener tanto poder. Sin embargo, en
1927 Selasie logró convocar a todos los caudillos, uno a uno, a Ad-
dis Abeba, para que le declararan su lealtad y lo reconocieran
como líder.
Algunos se apresuraron a hacerlo, otros titubearon, pero sólo
uno, Dejazmach Balcha de Sidamo, osó desafiar a Selasie.
Hombre violento y fanfarrón, Balcha era un gran guerrero y
consideraba al nuevo líder débil e indigno de su cargo. Se
mantuvo ostensiblemente alejado de la capital del país. Al fin,
Selasie, con su actitud cortés pero firme, le ordenó que acudiera
a la cita. El caudillo decidió obedecer la orden, pero se propuso
aprovechar la oportunidad para revertir la suerte del aspirante al
trono de Etiopía: iría a Addis Abeba con un ejército de 10.000
hombres, una fuerza lo bastante grande como para iniciar, dado
el caso, una guerra civil. Apostó sus imponentes fuerzas en un
valle, a unos cinco kilómetros de la capital, y esperó como lo
haría un rey. Selasie tendría que ir a él.
Selasie envió emisarios para invitarlo a un banquete en su
honor. Pero Balcha, que no era ningún tonto, conocía bien la
historia de su país y sabía que otros reyes y gobernantes de
Etiopía habían utilizado la excusa del banquete como trampa.
Una vez que estuviese ebrio, Selasie lo arrestaría o mandaría
asesinar. Para dar a entender que conocía el juego, contestó que
aceptaría la invitación siempre y cuando pudiese llevar su guardia
personal: 600 de sus mejores hombres, todos armados y
dispuestos a defenderlo y a defenderse. Para gran sorpresa de
Balcha, Selasie le contestó, con la mayor cortesía, que se sentiría
muy honrado de recibir a esos guerreros.
Cuando iban camino hacia el banquete, Balcha advirtió a sus
soldados que no se embriagaran y que se mantuvieran alerta.
Cuando llegaron al palacio, Selasie hizo gala de una actitud en-
cantadora. Rindió pleitesía a Balcha y lo trató como si necesitara
con desesperación su apoyo y cooperación. Pero Balcha no se de-
jó seducir y advirtió a Selasie que, si él no regresaba a su
campamento para el anochecer, su ejército tenía órdenes de
atacar la ciudad. Selasie se mostró herido por tal desconfianza.
Durante la comida, cuando llegó el momento tradicional de
entonar cánticos en honor de los líderes de Etiopía, el anfitrión
ordenó que sólo se cantaran loas al caudillo de Sidamo. Balcha
tuvo la impresión de que había logrado intimidar a Selasie y se
convenció de que, en los días venideros, sería él quien ganaría la
partida.
Al caer la tarde, Balcha y sus soldados iniciaron el regreso al
campamento en medio de cánticos y gran algarabía. Mirando por
sobre su hombro hacia la capital, Balcha ya planeaba su
estrategia, seguro de que en pocas semanas sus soldados entrarían
triunfantes en la ciudad y Selasie se hallaría prisionero o muerto.
Sin embargo, a medida que se iban aproximando al campamento,
Balcha notó que algo terrible había sucedido. Donde antes se
levantaban carpas multicolores hasta donde alcanzaba la vista,
ahora no había absolutamente nada, sólo el humo de una que otra
fogata extinguida. ¿Qué demonios había ocurrido?
Un testigo le relató lo sucedido. Durante el banquete, un gran
ejército, al mando de un aliado de Selasie, se había aproximado
al campamento de Balcha por una ruta lateral, que éste no había
visto. Sin embargo, el ejército no llegaba en pie de guerra:
sabiendo que Balcha había oído desde la ciudad el ruido de un
encuentro bélico, y que habría regresado a toda prisa con su
escolta de 600 hombres, Selasie había armado a sus tropas con
cestos llenos de oro y dinero en efectivo. Rodearon el ejército de
Balcha y procedieron a comprar hasta la última de sus armas. No
resultó dificil intimidar a los pocos que se rehusaron. Al cabo de
pocas horas, las fuerzas de Balcha, desarmadas, se habían
dispersado en todas direcciones.
Al comprender el peligro en que se encontraba, Balcha
resolvió dirigirse hacia el sur con sus 600 soldados para reagrupar
sus tropas, pero el mismo ejército que había desarmado a sus
soldados le bloqueó el camino. La otra salida consistía en
marchar sobre la capital, pero Selasie había dispuesto un ejército
numeroso para defender Addis Abeba. Cual hábil jugador de
ajedrez, había previsto los movimientos de Balcha y lo había
puesto jaque mate. Por primera vez en su vida, Balcha se rindió.
Para purgar sus pecados de - orgullo y ambición, accedió a
recluirse en un monasterio.
Interpretación
Durante el largo reinado de Selasie, nadie logró explicarse
cabalmente cuál era su secreto. Los etíopes admiran a los líderes
fuertes y feroces, y sin embargo Selasie, que se mostraba como un
hombre gentil y pacífico, gobernó más tiempo que ninguno de
sus predecesores. Sin impacientarse ni enojarse jamás, seducía a
sus víctimas con dulces sonrisas, obnubilándolas con su encanto
y su deferencia antes de atacar. En el caso de Balcha, Selasie jugó
con la desconfianza del hombre y con su temor de que el banque-
te fuera en realidad una trampa. Y así fue, aunque no del tipo que
el caudillo esperaba. La táctica de Selasie de aplacar los temores
de Balcha —al permitirle concurrir al banquete con su guardia
personal y hacerle sentir que era él quien controlaba la situación—
creó una densa cortina de humo que cubrió lo que en realidad
sucedía a cinco kilómetros de distancia.
Recuerde: los paranoicos y los desconfiados suelen ser los
más fáciles de engañar. Procure ganar su confianza en un área y
tendrá la perfecta cortina de humo que les impedirá ver la otra,
por la cual usted podrá acercarse para asestarles un golpe mortal.
Un gesto de ayuda o de aparente sinceridad, o una actitud que
sugiera que la otra persona controla la situación, son los
elementos perfectos para distraer la atención respecto de sus
verdaderas intenciones.
Montada de forma adecuada, la cortina de humo es un arma
de gran poder. A Selasie le permitió destruir por completo a su
enemigo, sin disparar un solo tiro.
No subestime el poder de Tafari. Se escurre sigilosamente
como un ratón, pero tiene las mandíbulas de un león.
Últimas palabras de Bakha de Sidamo, antes de ingresar en el monasterio.
CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER
Si usted cree que los impostores son personajes pintorescos que
despistan y desconciertan con elaboradas mentiras y "cuentos del
tío", está müy equivocado. Los mejores burladores utilizan una
fachada inocente para no llamar la atención sobre su persona.
Saben que las palabras y los gestos extravagantes de inmediato
despiertan sospechas. Ellos, en cambio, se ocultan tras una más-
cara familiar, banal, inofensiva. En el caso del "negocio" de
Yellow Kid Weil con Sam Geezil, lo familiar era la transacción
comercial. En el caso etíope, fue la obsequiosidad desconcertante
de Seilase, es decir, exactamente, lo que Balcha esperaba de un
caudillo más débil que él.
Una vez que haya adormecido la atención del incauto con lo
familiar, lo habitual, la víctima no se dará cuenta de la argucia
que se está perpetrando a sus espaldas. Esto se basa en una
verdad muy simple: la gente sólo puede centrar su atención en
una cosa a la vez. Les resulta demasiado dificil imaginar que la
persona inofensiva y en apariencia sincera con la que están
tratando, planee, en forma simultánea, cómo tenderles una
trampa. Cuanto más gris y uniforme sea la cortina de humo, tanto
mejor ocultará sus intenciones. Con el señuelo y con las pistas
falsas logrará distraer a la gente; con la cortina de humo
adormecerá a sus víctimas y las atraerá hacia la red que les ha
tendido. Por la fuerza hipnótica que encierra, ésta suele ser la
mejor forma de ocultar sus intenciones.
La cortina de humo más simple es la expresión facial. Tras
una fachada inofensiva y hermética es posible planear todo tipo
de confusión, sin que ésta sea detectada. Es el arma que han
perfeccionado de modo magistral los hombres más poderosos de
la historia. Se decía que nadie era capaz de descifrar la expresión
de Franklin D. Roosevelt. El barón James Rothschild disimuló,
durante toda su vida, sus verdaderos pensamientos tras una
inofensiva sonrisa y una presencia anodina. Stendhal le escribió a
Talleyrand: "Nunca vi un rostro menos revelador". Henry Kissin-
ger aburría mortalmente a sus contrincantes a la mesa de
negociaciones, con su voz monótona, su aspecto insulso y su
interminable letanía de detalles. Entonces, cuando los ojos de los
demás ya parpadeaban de tedio los sacudía de golpe con una lista
de condiciones audaces. Tomados por sorpresa, resultaba fácil
intimidarlos. Como explica un manual de póquer: "Mientras está
jugando su mano, el buen jugador rara vez se desenvuelve como
un actor. Por el contrario, pone de manifiesto una conducta
totalmente inexpresiva que reduce al mínimo las posibilidades de
interpretación, frustra y confunde al contrincante y permite una
mayor concentración".
La cortina de humo es un concepto adaptable y puede
ponerse en práctica en muchos niveles distintos, pero todos ellos
juegan con los principios psicológicos de la distracción y de la
confusión. Una de las cortinas de humo más eficaces es el gesto
noble. La gente quiere creer en gestos aparentemente nobles y
aceptarlos como genuinos, ya que esa confianza resulta
placentera. Raras veces notan cuán engañosos pueden ser estos
gestos.
En cierta oportunidad, el marchand Joseph Duveen se vio
frente a un problema terrible. Los millonarios que venían
pagando altos precios por los cuadros que él vendía iban
quedándose sin espacio en las paredes y, con el incremento de los
impuestos a la herencia, era poco probable que siguieran
comprando obras de arte. La solución a este problema fue el
Museo Nacional de Bellas Artes de Washington, D. C., creado
por Duveen cuando logró que Andrew Mellon donara su
colección. El Museo Nacional de Bellas Artes era la perfecta
fachada para Duveen. Sus clientes, con un solo gesto de
generosidad al donar sus obras al museo, lograban eludir
impuestos, liberar espacio en sus mansiones para nuevas
adquisiciones, y reducir la cantidad de cuadros en circulación en
el mercado, con lo cual ejercían una presión alcista sobre los
precios. Todo esto lo lograban apareciendo, al mismo tiempo,
como generosos benefactores públicos.
Otra cortina de humo eficaz es el esquema, el artilugio de
establecer una serie de acciones que inducen a la víctima a creer
que usted seguirá actuando siempre de la misma manera. El
esquema juega con la psicología de lo previsible, ya que nuestros
comportamientos se adecuan a esquemas determinados, o al
menos eso es lo que queremos creer.
En 1878, uno de los grandes capitalistas de la época, Jay
Gould, creó una empresa que en poco tiempo comenzó a
constituir una amenaza para el monopolio telegráfico de la
empresa Western Union. Los directores de Western Union
resolvieron comprar la empresa de Gould.
Para ello tuvieron que desembolsar una suma importante,
pero consideraron que habían logrado deshacerse de una
peligrosa competencia. Sin embargo, algunos meses más tarde
Gould apareció de nuevo en escena, quejándose de que había
sido tratado injustamente. Creó otra empresa para competir con
Western Union y su nueva adquisición. Los hechos se repitieron:
Western Union le compró la empresa para eliminar la
competencia. Gould repitió el mismo proceso una tercera vez,
pero en este caso apuntó a la yugular: llevó adelante una
adquisición agresiva y sangrienta y logró quedarse con el control
absoluto de Western Union. Había establecido un esquema que
indujo a los directores de Western Union a creer que su objetivo
era ser comprado por una suma importante. Una vez que le
pagaban, se quedaban tranquilos, sin darse cuenta de que Gould
apuntaba mucho más alto. El esquema es un arma poderosa,
puesto que induce a la otra persona a esperar lo opuesto de lo que
usted realmente se propone hacer.
Otra debilidad psicológica sobre la cual se puede construir
una cortina de humo es la tendencia a confundir las apariencias
con la realidad. En general, la gente siente que si algo parece
pertenecer a su grupo, esa pertenencia debería ser real. Este
hábito hace que la fusión sin transiciones resulte un proceder
sumamente eficaz. El truco es muy simple: basta con fusionarse
con quienes lo rodean. Cuanto más completa sea esta fusión,
menos llamará la atención. Hoy se sabe que durante la Guerra
Fría, en las décadas de los 50 y 60, un grupo de funcionarios del
gobierno británico pasaba información secreta a la Union
Soviética. Sus maniobras permanecieron inadvertidas durante
años porque en apariencia eran tipos decentes que habían ido a
las mejores escuelas y se adecuaban a la perfección a su entorno.
La capacidad de fusionarse con el entorno constituye la cortina de
humo perfecta para cualquier tipo de espionaje. Cuanto mejor lo
haga, tanto mejor logrará disimular sus verdaderas intenciones.
Recuerde: necesitará paciencia y humildad para apagar sus
colores brillantes y ponerse la máscara que le permita pasar
inadvertido. No se desespere por tener que llevar una máscara tan
anodina. A menudo será su "indescifrabilidad" lo que le permitirá
atraer a la gente y parecer una persona de mucho poder.
Imagen: una piel de oveja.
Una oveja nunca saquea,
una oveja nunca engaña, una
oveja es tonta y dócil. Cu-
bierto con una piel de oveja,
un zorro puede entrar en el
gallinero sin ser detectado.
Autoridad: ¿Oyó hablar alguna vez de un hábil general que
intenta tomar por sorpresa una ciudadela y anuncia su plan
al enemigo? Disimule su propósito y oculte sus progresos.
No revele sus designios en toda su magnitud, hasta que ya no
haya forma de oponerse a ellos, es decir, hasta que el com-
bate haya concluido. Obtenga la victoria antes de declarar la
guerra. En otras palabras, imite a quienes, al mejor estilo de
los guerreros, no permiten que nadie conozca sus designios,
salvo el país asolado por el que acaban de pasar. (Ninón de
Lenclos, 1623-1706)
INVALIDACIÓN
No hay cortina de humo, señuelo, falsa sinceridad ni ninguna otra
táctica de distracción que logre ocultar sus intenciones si usted ya
tiene fama de estafador. A medida que vaya avanzando en edad
y que se incrementen sus éxitos, le resultará cada vez más difícil
disimular sus tretas y engaños. Todo el mundo sabe de sus
trampas; si insiste en hacerse el ingenuo, corre el riesgo de pare-
cer el más grande de los hipócritas, lo que limitará seriamente su
campo de acción. En tales casos es mejor sincerarse, actuar de
frente y aparecer como el rufián honesto o, mejor aún, el rufián
arrepentido. No sólo lo admirarán por su franqueza sino que, lo
más maravilloso y sorprendente de todo, podrá seguir aplicando
sus estratagemas.
A medida que P. T. Barnum, el rey del fraude del siglo xix,
fue envejeciendo, aprendió a usar su fama de gran estafador.
Cierta vez organizó una cacería de búfalos en Nueva Jersey, con
indígenas y algunos búfalos llevados al lugar ex profeso.
Promovió la ocasión como una genuina cacería, pero la farsa
resultó tan evidente que la multitud reunida allí, en lugar de
enfurecerse y reclamar la devolución de su dinero, se divirtió
muchísimo. Todos sabían que Barnum hacía todo tipo de trampas
todo el tiempo; aquél era el secreto de su éxito y lo amaban por
ello. Barnum aprendió la lección y dejó de disfrazar sus engaños
e incluso los confesó en una reveladora autobiografía. Como dijo
Kierkegaard, "El mundo quiere que lo engañen".
Por último, a pesar de que es más sabio distraer la atención
de sus propósitos presentando una fachada inofensiva y familiar,
hay veces en que el gesto colorido o sospechoso es la táctica de
distracción perfecta. Los grandes charlatanes de feria de la Europa
de los siglos xvit y xviii utilizaban el humor y la diversión para
engañar a su público, que, embelesado por un gran espectáculo,
no percibía las verdaderas intenciones de aquellos charlatanes.
Así, el charlatán en jefe llegaba a la ciudad en un coche negro ti-
rado por caballos negros, acompañado de payasos, saltimbanquis
y equilibristas que atraían al público hacia sus demostraciones de
elixires y pociones mágicas. El charlatán hacía creer que su
negocio era divertir a la gente, cuando su verdadero negocio era,
de hecho, la venta de elixires y pociones.
El espectáculo y el entretenimiento son, sin duda, excelentes
herramientas para disimular sus intenciones, pero no se los puede
utilizar indefinidamente. El público se cansa y desconfia y, con el
tiempo, se da cuenta de la trampa. La verdad es que los charlata-
nes de antaño tenían que pasar con rapidez de ciudad en ciudad,
antes de que se corriera la voz de que sus pociones no surtían
efecto y que la diversión no era más que una trampa. Por el
contrario, gente poderosa con una fachada inofensiva —los
Talleyrand, los Rothschild, los Selassie— puede ejercer el engaño
en un mismo lugar y durante toda su vida. Su actuación nunca
pierde el encanto y rara vez despierta la sospecha de sus víctimas.
La colorida cortina de humo deberá utilizarse con mucha cautela
y sólo en las ocasiones apropiadas.
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