LEY N° 5 CASI TODO DEPENDE DE SU PRESTIGIO; DEFIÉNDALO A MUERTE
CRITERIO
Su renombre y su prestigio constituyen la piedra angu-
lar del poder. Basta el prestigio para intimidar y ganar.
Sin embargo, una vez que decae, usted se tornará vulne-
rable y será atacado por todos los flancos. Convierta su
prestigio en una fortaleza inexpugnable. Manténgase
alerta frente a cualquier tipo de ataques potenciales y
desbarátelos antes de que se produzcan. Al mismo tiem-
po, aprenda a destruir a sus enemigos abriendo brechas
en la reputación de ellos. Luego dé un paso al costado y
deje que la opinión pública los crucifique.
OBSERVANCIA DE LA LEY I
Durante la guerra de los Tres Reinos, ocurrida en China (207-265
d.C.), el gran general Chuko Liang, que lideraba las fuerzas del
reino Shu, envió a su nutrido ejército hacia un campamento
distante, mientras él se quedaba descansando en una pequeña
ciudad, con sólo un puñado de soldados. De pronto los centinelas
le comunicaron la alarmante noticia de que se acercaba una
fuerza enemiga de más de 150.000 hombres al mando de Sima Yi.
Como sólo contaba con un centenar de hombres para defenderlo,
la situación de Chuko Liang era desesperada. El enemigo lograría
capturar al fin a ese renombrado líder militar.
Sin lamentarse de su suerte ni desperdiciar tiempo en tratar
de imaginar cómo lo habían tomado desprevenido, Liang ordenó
a sus tropas arriar las banderas, abrir las puertas de la ciudad y
ocultarse. Luego se sentó en la parte más visible de la muralla que
rodeaba la ciudad, vestido con una túnica taoísta. Encendió
incienso, pulsó su laúd y comenzó a cantar. Pocos minutos más
tarde vio que el enorme ejército enemigo se acercaba, constituido
por una interminable falange de soldados. Simulando no verlos,
Liang continuó cantando y tocando el laúd.
Pronto el ejército enemigo llegó ante las puertas de la ciudad.
Al frente iba Sima Yi, quien de inmediato reconoció al hombre
sentado sobre la muralla.
Sin embargo, mientras sus soldados se impacientaban por
ingresar por las puertas abiertas en la ciudad sin custodia, Sima Yi
titubeó, los retuvo y, tras estudiar largamente a Liang, sentado
sobre la muralla, ordenó a sus tropas que se retiraran de
inmediato y a toda velocidad.
Interpretación
Chuko Liang era conocido por el apodo de "Dragón Dormido".
Sus proezas durante la guerra de los Tres Reinos fueron
legendarias. En cierta oportunidad llegó a su campamento un
hombre que, tras afirmar que era un teniente despedido de las
fuerzas enemigas, ofreció ayuda e información. Liang se percató
enseguida de que se trataba de una trampa. Aquel hombre no era
un desertor sino un espía, y era preciso decapitarlo. Sin embargo,
a último momento, cuando el hacha ya estaba por caer, Liang
detuvo la ejecución y ofreció respetar la vida del hombre si con-
sentía en convertirse en un doble agente. Agradecido y aterrado,
el hombre accedió y comenzó a suministrar información falsa al
enemigo. Liang ganó batalla tras batalla.
En otra ocasión, Liang robó un sello militar para forjar
documentación falsa que enviara a las tropas enemigas a sitios
distantes. Una vez dispersas, logró capturar tres ciudades, con lo
cual consiguió dominar un corredor dentro del reino enemigo.
También mediante artimañas hizo creer al enemigo que uno de
sus mejores generales era un traidor, con lo cual lo obligó a
escapar y unirse a las fuerzas de Liang. El Dragón Dormido
LOS ANIMALES
ENFERMOS DE LA
PESTE
Mal que el terror
difunde por doquiera, /
que los cielos furiosos
inventaron, /y con él
los delitos castigaron /
del hombre y de la
fiera. / La peste, pues
nombrarla es
necesario, / capaz de
enriquecer en sólo un
día / el Aqueronte
oscuro y funerario, /
contra las pobres
bestias combatía, /
hiriéndolas de suerte /
que si algunas huyeron
de la muerte / todas
fueron al menos
atacadas. / Ya no
estaban las pobres
ocupadas/en buscar el
sustento / de una
existencia moribunda y
vana; / de tomar
alimento / jamás les
daba gana, / ni lobos ni
raposas acechaban / a
la presa inocente. / Las
tórtolas del nido
escapaban, /no más
amor ni júbilo se
siente. / Celebra el
León consejo: "Pueblo
amigo, / —dice a las
bestias—, pienso que
los cielos / de nuestras
graves culpas en
castigo, / tantos males
permiten, tantos
duelos; /que de
nosotros el mayor
culpable / por el
pueblo se inmole
generoso; / de ese
modo tal vez le será
dable / lograr nuestra
salud, nuestro reposo.
/ De la historia nos
dicen las lecciones /
que en semejantes
tristes ocasiones/se
han hecho siempre
sacrificios tales; /
vamos a examinar sin
indulgencia, / y justos e
imparciales, / y con
sincero afán, nuestra
conciencia. / En cuanto
a mí, diré que
arrebatado / por torpes
apetitos y groseros, /
glotón he devorado /
muchísimos corderos. /
Aquellos infelices, ¿qué
me hacían? / Nada, no
fui por ellos ofendido. /
Y a veces devorar me
ha sucedido / al pastor
que tenían. / Dispuesto
estoy, si debo, al
sacrificio, / pero, según
mi júicio, / cada cual
será bueno / que
confiese aquí al punto
su malicia, / y quien
esté de crímenes más
lleno / perecerá en
justicia". / "Sois Señor,
en extremo bondadoso
/ y muy escrupuloso /
—el Zorro replicó—.
¿Pués qué? ¿pecado /
es de canalla vil haber
gustado? / De ninguna
manera. Generoso, /
comiéndolos, Señor,
habéis estado, / y es
para ellos una honra
inapreciable. / Respecto
del pastor, el miserable
/ eso y más merecía, /
pues que pertenecía I al
número de gentes sin
criterio / que quieren
ejercer irracionales / un
quimérico imperio /
sobre todos los pobres
animales." / Así dijo el
Raposo, y a dos manos
/al punto le
aplaudieron / todos los
cortesanos. /
Profundizar los casos
no quisieron / del Tigre
ni del Oso ni otros
varios, / todos
patibularios, / todos
animales pendencieros,
/ hasta el simple
mastín, eran juzgados /
unos mansos corderos /
por esos sapientísimos
jurados. /Al fin al
tribunal dijo el Pollino:
"Me acuerdo de que un
día / por el prado pasé
de una abadía, / y el
hambre, la ocasión, el
heno fino, / y el Diablo,
que tal vez me tentaría,
/ robar me hicieron del
decoro en mengua, / lo
que se coge de heno
con la lengua".
A estas palabras, todo
el Parlamento /grita
contra el jumento. /
Aunque muy lego, se
levanta un Lobo, / y un
discurso pronuncia en
que elocuente /pide
que se degüelle
incontinente / al que
audaz cometió tan
grave robo. /El Borrico
sarnoso / era sin duda
causa de los males /
que la salud turbaban y
el reposo / de tantos
animales. / ¡Comer la
yerba ajena... ! / ¡Oh,
Burro maldecido...! /
Y condenado fue a la
última pena / como el
más formidable
forajido. / El mundo
califica ciegamente: /al
uno, criminal, juzga
inocente; / al otro, sin
delito, ve culpable.
LAS MEJORES FÁBULAS
DE LA FONTAINE,
JEAN DE LA FONTAINE,
1621-1695
cultivó con esmero su reputación de ser uno de los hombres más
sagaces e inteligentes de China, alguien que siempre se guardaba
un as en la manga. Esa fama, tan poderosa como cualquier otra
arma, llenaba de terror a sus enemigos.
Sima Yi había luchado contra Chuko Liang docenas de veces
y lo conocía bien. Cuando llegó a la ciudad vacía y vio a Liang
orando sobre la muralla, quedó atónito. La túnica taoísta, los
cánticos, el incienso... todo eso no podía ser sino un juego para
intimidar al enemigo. Sima Yi supuso que Liang lo estaba
provocando, desafiándolo a caer en su trampa. El juego era tan
obvio que, por un momento, Yi pensó que Liang de veras estaba
solo y desesperado. Pero su temor a Liang era tan grande que no
se atrevió a averiguar la verdad. Esto muestra con claridad el
poder que tiene la reputación. Es capaz de poner a la defensiva a
todo un ejército, e incluso obligarlo a la retirada, sin disparar una
sola flecha.
Porque, como dice Cicerón, aun aquellos que desprecian la fama
quieren que los libros que escriben contra ella lleven su nombre bajo el
título y esperan acceder a la fama despreciándola. Todo lo demás es
negociable: podemos ceder nuestros bienes e incluso nuestra vida a
nuestros amigos; pero es muy difícil que alguien acceda a compartir su
fama o ceder a alguien su reputación.
Montaigne, 1533 1592
-
OBSERVANCIA DE LA LEY II
En 1841, el joven P. T. Barnum, que trataba de afirmar su
reputación de ser el principal productor de espectáculos de los
Estados Unidos, decidió comprar el American Museum de
Manhattan y convertirlo en una colección de curiosidades que le
aseguraría la fama. El problema era que no tenía dinero. Pedían
15.000 dólares por el museo, pero Barnum logró presentar una
propuesta que resultó atractiva a los dueños de la institución, a
pesar de que en ella se sustituía el dinero en efectivo por docenas
de garantías y referencias. Los propietarios llegaron a un acuerdo
verbal con Barnum, pero a último momento el socio principal
cambió de idea y el museo y su colección fueron vendidos a los
directores del Peale's Museum. Barnum estaba furioso, pero el
socio le explicó que "los negocios son los negocios" y que el museo
se había vendido al Peale's porque éste tenía una gran reputación,
cosa de la que Barnum carecía.
Barnum decidió de inmediato que, ya que no tenía reputa-
ción para poder negociar, su único recurso consistía en arruinar
la reputación de Peale's. De modo que inició una campaña de
cartas a los diarios, en las que acusaba a los dueños del Peale's de
ser una banda de "directivos bancarios fundidos" que no tenían
ni idea de cómo manejar un museo o entretener al público.
Advirtió al público que no comprara acciones de Peale's,
porque la compra de otro museo debilitaría los recursos de la
empresa. La campaña resultó eficaz, las acciones cayeron de
manera estrepitosa y, perdida la confianza en la reputación y los
antecedentes de Peale's, los dueños del American Museum
desistieron de la transacción y vendieron todo a Barnum.
Al Peale's le llevó años recuperarse y sus dueños nunca olvi-
daron lo que Barnum les había hecho. El señor Peale en persona
decidió atacar a Barnum forjándose fama de dedicarse al
"entretenimiento intelectual" y promoviendo los programas del
museo como más científicos que los de su vulgar competidor. El
hipnotismo era una de las atracciones "científicas" del Peale's y
durante un tiempo logró atraer multitudes y tener mucho éxito.
Barnum decidió defenderse, atacando de nuevo la reputación del
Peale's.
Organizó un espectáculo de hipnotismo durante cuyo trans-
curso él mismo, en apariencia, lograba que una niña entrara en
trance. Una vez que la pequeña parecía sumida en profundo
trance, Barnum trataba de hipnotizar a personas del público,
pero, por mucho que lo intentara, ninguno de los espectadores
entraba en trance y muchos se echaban a reír. Frustrado por el
fracaso, Barnum anunció al fin que, para probar que el trance de
la niña era real, le cortaría un dedo de la mano sin que ella se
diera cuenta. Pero en cuanto comenzó a afilar el cuchillo, la niña
abrió los ojos y salió corriendo, para gran regocijo del público.
Barnum repitió esta y otras parodias durante varias semanas. Al
poco tiempo, ya nadie podía tomar en serio el espectáculo del
Peale's y la afluencia de público decayó marcadamente, hasta
que, al cabo de unas semanas, el espectáculo tuvo que cerrar. Du-
rante los años siguientes, Barnum logró establecer una reputación
de audaz y consumado productor de espectáculos, fama que per-
duró durante toda su vida. Peale, por su parte, nunca logró
recuperar su buena reputación.
Interpretación
Barnum utilizó dos tácticas diferentes para arruinar la reputación
de Peale. La primera era simple: manifestó sus dudas sobre la
estabilidad y la solvencia del museo. La duda es un arma
poderosa: una vez que ha sido sembrada mediante insidiosos
rumores, su contrincante se encuentra frente a un dilema terrible.
Por un lado, puede negar los rumores, e incluso demostrar que
usted lo ha difamado. Sin embargo, siempre quedará la sombra
de la duda: ¿Por qué se defiende tan desesperadamente? ¿Acaso
hay un atisbo de verdad en los rumores que procura desmentir?
Por otra parte, si su contrincante toma por el camino más fácil y
lo ignora, las dudas, al no ser refutadas, se irán fortaleciendo. Si
la táctica se ejecuta de la manera correcta, sembrar rumores puede
enfurecer y desestabilizar a sus rivales de tal forma que al inten-
tar defenderse cometerán innumerables errores. Ésta es el arma
perfecta para quienes no tienen aún reputación propia.
Una vez que Barnum hubo establecido su reputación, utilizó
la segunda táctica, es decir, la de hacer demostraciones de un
falso hipnotismo, para ridiculizar la reputación de su rival.
También esto resultó exitoso. Una vez que se haya ganado una
sólida base de respeto, ridiculizar a su contrincante pone a éste a
la defensiva y, al mismo tiempo, dirige la atención hacia usted,
enfatizando su propia reputación. Los insultos y las calumnias
abiertas son acciones demasiado crudas y chocantes, que pueden
causar más daño que beneficios. No obstante, la ironía sutil y 14
burla inteligente sugieren que usted tiene confianza en su propio
valor y que disfruta de una broma a costa de su rival. Una fachada
de humor le dará una apariencia graciosa e inofensiva, mientras
usted destruye la reputación de su rival.
Es más fácil soportar una mala conciencia que una mala reputación.
Friedrich Nietzsche, 1844-1900
CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER
La gente que nos rodea, incluso nuestros mejores amigos, siempre
serán, en cierta medida, misteriosos e insondables. Sus caracteres
tienen recovecos secretos que nunca revelarán. Pensándolo bien,
la imposibilidad de conocer a fondo a los demás puede resultar
algo perturbador, dado que haría imposible juzgar y evaluar a los
demás. Es por eso que preferimos ignorar ese hecho y juzgar a
la gente sobre la base de sus apariencias, lo que salta a la vista: la
ropa, los gestos, las palabras y las acciones. En el ámbito social,
las apariencias son el barómetro que utilizamos para juzgar a los
demás, algo que nunca debemos olvidar. Un paso en falso, un
cambio torpe o repentino en su apariencia, puede resultar desas-
troso.
De ahí que fabricar y mantener una reputación creada por
uno mismo, resulte de primordial importancia.
Esa reputación lo protegerá en el peligroso juego de las
apariencias, pues distraerá el ojo avizor de los demás, les
impedirá saber cómo es usted en realidad y le otorgará un
importante grado de control sobre la manera como lo juzga el
mundo, es decir, lo sitúa en una posición de poder. La reputación
tiene el poder de la magia: basta un golpe de esa varita para
duplicar su fuerza. También puede hacer que la gente huya de
usted. Que una misma acción parezca brillante o aterradora
depende por completo de la reputación de quien la realiza.
En la antigua corte china del reino de Wei había un hombre
llamado Mi Tzu-hsia, conocido por sus extraordinarias educación
y gentileza. Se convirtió en el favorito del gobernante. En Wei ha-
bía una ley que decía que "a quienquiera que viaje secretamente
en el carruaje del rey se le cortarán los pies", pero cuando la
madre de Mi Tzu-hsia se enfermó, éste utilizó el carruaje real para
visitarla, afirmando que su dueño le había dado permiso. Cuando
el rey se enteró del hecho, comentó: "iQué hijo devoto y
ejemplar que es Mi Tzu-hsia! iPor amor a su madre, hasta se
olvidó de que estaba cometiendo un delito que podría costarle los
pies!".
En otra oportunidad, ambos paseaban por el huerto real. Mi
Tzu-hsia comenzó a comer un durazno que era demasiado grande
para él, y le dio la otra mitad al rey. Éste le dijo: "iMe amas tanto
que incluso te olvidas del sabor de tu saliva y me permites comer
lo que resta de tu durazno!".
Sin embargo, un cortesano envidioso hizo correr la voz de
que Mi Tzu-hsia era, en realidad, falso y arrogante, y logró
perjudicar su reputación. De pronto el rey vio el comportamiento
de Mi Tzu-hsia bajo otra luz. "Este indigno súbdito utilizó mi ca-
rruaje diciendo que yo le había dado permiso para hacerlo
—comentó furioso a los cortesanos—. Y en otra oportunidad, me
dio su durazno a medio comer." Por las mismas acciones que
habían fascinado al rey cuando era su favorito, Mi Tzu-hsia tuvo
que pagar muy caro. El destino de sus pies dependía única y
exclusivamente de la fuerza de su reputación.
Al comienzo, usted deberá trabajar para establecer su
reputación por alguna cualidad destacada, ya sea su generosidad,
su sinceridad o su sagacidad. Esta cualidad lo diferenciará de los
demás y hará que la gente hable de usted. A continuación deberá
difundir su reputación entre la mayor cantidad de personas
posible (pero de manera sutil, cuidando de construirla lentamente
pero sobre fundamentos sólidos) y observar mientras se extiende
como una llama sobre un reguero de pólvora.
Una reputación sólida reforzará su presencia y destacará sus
puntos fuertes, sin necesidad de gastar mucha energía en ello.
También puede crearle un aura que infundirá respeto e incluso
temor. Durante los combates en el desierto del norte de África,
durante la Segunda Guerra Mundial, el general alemán Erwin
Rommel había ganado reputación por sus maniobras sagaces y
engañosas, que aterrorizaban a sus enemigos. Incluso cuando sus
fuerzas fueran diezmadas y los tanques británicos superaban a
los alemanes en una proporción de cinco a uno, se evacuaban
ciudades enteras cuando se corría la voz de que Rommel se
acercaba.
Como suele decirse, "cría fama y échate a dormir". Y si su
fama inspira respeto, logrará eficaces resultados antes de que
usted entre en escena o emita una sola palabra.
El éxito parecería estar siempre marcado por los triunfos
pasados. Gran parte del éxito de la táctica diplomática de Henry
Kissinger se basaba en su fama de saber allanar diferencias; nadie
quería que lo consideraran tan necio que Kissinger no pudiese
influir sobre su ánimo. En cuanto el nombre de Kissinger entraba
en las negociaciones, se daba por sentado que habría un tratado
de paz.
Base su reputación en una cualidad genuina. Esta cualidad
única —por ejemplo, la eficiencia o la seducción— se convierte en
una especie de tarjeta de presentación que anuncia su presencia y
hace que los demás sucumban a su encanto. Si tiene fama de ser
sincero, podrá llevar a cabo todo tipo de engaños. Casanova
utilizaba su fama de gran seductor para allanar el camino hacia
futuras conquistas. Las mujeres que habían oído hablar de sus
virtudes sentían gran curiosidad y deseaban descubrir por sí
mismas cuáles eran los encantos del seductor.
Quizás usted ya haya arruinado su reputación, por lo cual le
resulta muy dificil crearse una nueva. En tal caso, lo más
inteligente es asociarse a alguien cuya imagen contraste con la
suya, de modo de utilizar el buen nombre del otro para lavar y
encumbrar el suyo propio. Por ejemplo, es muy dificil borrar una
fama de falso o inescrupuloso, pero la asociación con alguien que
sea ejemplo de franqueza y sinceridad podrá ayudarlo a superar
tal inconveniente. Cuando P. T Bamum quiso limpiar su fama de
promotor de entretenimientos vulgares, trajo de Europa a la
cantante Jenny Lind, que tenía reputación de ser una estrella de
primera magnitud. La gira de la cantante por los Estados Unidos,
auspiciada por Barnum, resaltó de manera positiva la imagen de
él. De manera similar, a los grandes capitalistas estadounidenses
del siglo xix les resultó imposible, durante largo tiempo, librarse
de su reputación de crueldad y mezquindad. Sólo cuando comen-
zaron a coleccionar obras de arte, de modo que los nombres
Morgan y Frick quedaron asociados en forma permanente a los
de da Vinci y Rembrandt, les fue posible superar, en gran medi-
da, los- aspectos negativos de su imagen.
La reputación es un tesoro que debe forjarse y guardarse
celosamente. Sobre todo mientras uno está comenzando a darle
fama, es imprescindible protegerla al máximo y prever cualquier
tipo de ataque. Una vez que posea una sólida reputación, no se
permita enfurecerse o adoptar una actitud defensiva frente a los
comentarios difamadores de sus enemigos, ya que ello revelaría
inseguridad y falta de confianza en su propia reputación. Tome el
mejor camino y nunca se muestre desesperado en su autodefensa.
Por otra parte, atacar la reputación de otra persona es un arma
poderosa, sobre todo cuando usted tiene menos poder que el
otro. Su rival tiene mucho más que perder en un enfrentamiento,
mientras que la poca reputación de que usted goce ofrecerá un
blanco pequeño cuando su víctima trate de pagarle con la misma
moneda. Barnum utilizó este tipo de campañas en forma muy
efectiva al principio de su carrera. Pero esta táctica debe ponerse
en práctica con sumo cuidado. Usted no debe parecer, en ningún
momento, hallarse involucrado en una venganza mezquina. Si no
destruye la reputación dé su enemigo con tácticas hábiles, sin
querer arriesgará la suya propia.
Thomas Edison, considerado el inventor que logró controlar
la electricidad, estaba convencido de que un sistema aplicable
tendría que basarse en la corriente directa. Cuando el científico
servio Nikola Tesla pareció alcanzar el éxito al crear un sistema
basado en corriente alterna, Edison se puso furioso. Decidido a
arruinar la reputación de Tesla, hizo creer al público que el
sistema de corriente alterna era inherentemente inseguro y que
Tesla era un irresponsable al promoverlo.
Con este fin, utilizó todo tipo de animales domésticos para
electrocutarlos con corriente alterna. Como esta acción no resultó
argumento suficiente, logró que las autoridades de la prisión del
estado de Nueva York organizaran, en 1890, la primera ejecución
con shock eléctrico, utilizando corriente alterna. Pero todos los
experimentos de Edison, hasta aquel momento, se habían
realizado con animales pequeños, de modo que la carga eléctrica
resultó demasiado débil para un ser humano, y el hombre no
murió en el primer intento. En una ejecución oficial que acaso
haya sido la más cruel de la historia de los Estados Unidos, hubo
que repetir el procedimiento, lo que constituyó un espectáculo
horrendo.
A pesar de que, a la larga, el nombre de Edison quedó
reivindicado, en aquel momento su campaña de desacreditación
perjudicó más su propia reputación que la de Tesla, y debió
desistir de continuar con ella. La lección es evidente: nunca vaya
demasiado lejos en los ataques de este tipo, porque la mirada de
todos se concentrará más en su propia venganza que en la
persona a la que usted intenta difamar. Cuando su propia
reputación sea sólida, utilice tácticas más sutiles, como la sátira y
el humor irónico, para debilitar a su contrincante al tiempo que
usted queda como un tipo simpático y encantador. El poderoso
león juega con el ratón que se le cruza en el camino; cualquier
otra reacción no haría más que deteriorar su temible reputación.
Imagen:
Una mina llena
de diamantes y rubíes.
Usted buscó el lugar del teso-
ro, lo excavó y ahora su riqueza está
asegurada. Defiéndalo con su vida, si es ne-
cesario. Asaltantes y ladrones acecharán en todas
partes. Nunca dé su riqueza por asegurada, y
renuévela constantemente: el tiempo
reducirá el brille, de sus joyas,
ocultándolas a la vista.
Autoridad: Es deseable que nuestro cortesano refuerce su
valor inherente con habilidad y sagacidad, y se asegure de que,
adondequiera que vaya como desconocido, lo preceda su
buena reputación... Porque la fama que parece descansar
en la opinión de muchos fomenta una cierta creencia
inamovible en el valor del hombre, creencia que luego
será fácil reforzar en las mentes ya preparadas y
predispuestas para ello. (Baltasar Castiglione, 1478-1529)
INVALIDACIÓN
Aquí no hay invalidación posible. La reputación es algo crítico y
fundamental. Esta ley no admite excepciones. Es posible que, si
la opinión de los demás le resulta indiferente, adquiera cierta fa-
ma de insolente y arrogante, lo cual en sí mismo puede constituir
una imagen valiosa; Oscar Wilde, por ejemplo, la explotó con
maestría. Pero, dado que tenemos que vivir dentro de una
sociedad en la que dependemos de las opiniones de quienes nos
rodean, no se gana nada descuidando la propia reputación. Si no
le importa cómo lo perciben los demás permitirá que otros
decidan por usted. Sea el dueño de su propio destino, y también
de su reputación.
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