lunes, 15 de agosto de 2011

LEY N° 1 NUNCA LE HAGA SOMBRA A SU AMO

LEY N° 1 NUNCA LE HAGA SOMBRA A SU AMO


CRITERIO
Esfuércese siempre por lograr que quienes están jerárqui-
camente por encima de usted se sientan cómodos con su
sensación de superioridad. No permita que sus deseos de
complacerlos o impresionarlos lo induzcan a hacer osten-
tación de sus talentos y de su capacidad, ya que ello
podrá generar un efecto opuesto al deseado, es decir,
inspirar temor e inseguridad en sus superiores. Hágalos
aparecer siempre más brillantes de lo que en realidad
son... y accederá a la cumbre del poder.

TRANSGRESIÓN DE LA LEY
Nicolás Fouquet, el ministro de Finanzas de Luis xiv durante los
primeros años del reinado de éste, era un hombre generoso,
amante de las fiestas opulentas, las mujeres bonitas y la poesía.
También amaba el dinero, dado que llevaba un estilo de vida
bastante extravagante. Fouquet era muy hábil y, en gran medida,
un colaborador indispensable para el rey; por lo tanto, a la muer-
te del primer ministro Jules Mazarin, en 1661, el ministro de
Finanzas esperaba ser designado su sucesor. El rey, en cambio,
decidió suprimir ese cargo. Éstas y otras actitudes llevaron a
Fouquet a sospechar que estaba cayendo en desgracia y, por lo
tanto, decidió congraciarse con el rey organizando la fiesta más
espectacular jamás vista. El motivo oficial de la fiesta era celebrar
la inauguración del castillo de Fouquet, Vaux-le-Vicomte, pero su
objetivo real era homenajear al rey, invitado de honor del aga-
sajo.
Los más notables representantes de la nobleza europea y
algunas de las mentes más brillantes de la época —La Fontaine, La
Rochefoucauld, Madame de Sévigné— asistieron a la fiesta. Molié-
re escribió una obra teatral para la ocasión, en la cual él mismo
actuaría, sobre el final de la velada. La fiesta comenzó con una
opulenta cena de siete platos, en la que se sirvieron especialidades
de Oriente nunca antes probadas en Francia, así como nuevos
platos especialmente creados para la ocasión. La cena fue acom-
pañada por música compuesta por expreso encargo de Fouquet
en honor al rey.
Después de la cena, los invitados pasearon por los jardines
del palacio. Con el tiempo los parques y las fuentes de Vaux-le-
Vicomte habrían de inspirar los jardines de Versailles.
Fouquet acompañó personalmente al joven rey en una
recorrida por el diseño geométrico de arbustos y canteros florales.
Cuando llegaron a los canales que surcaban los jardines, disfruta-
ron de un espectáculo de fuegos artificiales, seguido por la
representación de la obra de Moliére. La fiesta duró hasta muy
entrada la noche y todo el mundo coincidió en que nunca antes
habían vivido una celebración tan espectacular.
Al día siguiente, Fouquet fue arrestado por el jefe de los
mosqueteros del rey, D'Artagnan. Tres meses más tarde, fue
juzgado por desfalco al Tesoro Nacional. (En realidad, la mayor
parte de los fondos, de cuyo robo se lo acusó, habían sido sustraí-
dos para la Corona y aprobados por el rey.) Fouquet fue hallado
culpable y enviado a la prisión más remota de Francia, en lo alto
de los Pirineos, donde pasó los últimos veinte años de su vida en
solitaria reclusión.

Interpretación
Luis xlv, el Rey Sol, era un hombre orgulloso y arrogante que de-
seaba ser siempre el centro de atención. No soportaba que nadie
lo superase en opulencia, y mucho menos ser opacado por su
ministro de Finanzas. Como sucesor de Fouquet, Luis xiv designó
a Jean-Baptiste Colbert, un hombre conocido por su moderación
y famoso por dar las fiestas más aburridas de todo París. Colbert
se aseguró de que cuanto fondo líquido hubiese en el Tesoro fuese
a parar directamente a manos del rey. Con estos dineros, Luis xiv
construyó un palacio aún más espléndido que el de Fouquet: el
célebre palacio de Versailles. Empleó a los mismos arquitectos,
decoradores y paisajistas que construyeran el palacio de su ex
ministro de Finanzas. Y en Versailles, Luis xiv celebró fiestas
aún más extravagantes que aquella que costó a Fouquet su
libertad.
Analicemos la situación. La noche de la fiesta, al presentar
ante Luis xiv espectáculo tras espectáculo, uno más espléndido
que el otro, Fouquet tuvo la intención de demostrar su lealtad y
devoción para con el rey. Esperaba que aquella fiesta no sólo le
permitiera recuperar el beneplácito del rey, sino también demos-
trar su buen gusto, sus relaciones y su popularidad, subrayando
así lo indispensable que era él para el rey y probando ante éste
que seria un excelente primer ministro. Pero en realidad sucedió
todo lo contrario. Cada nuevo espectáculo, cada sonrisa de
apreciación dirigida por los huéspedes a Fouquet hicieron sentir
a Luis xiv que sus propios amigos y súbditos estaban más
fascinados con el ministro de Finanzas que con él, y que Fouquet
hacía indebida ostentación de su fortuna y de su poder. En lugar
de halagar a Luis my, la elaborada fiesta de Fouquet ofendió la
vanidad personal del soberano. Por supuesto, Luis xiv no iba a
admitir semejante cosa, de modo que encontró, en cambio, una
excusa conveniente para librarse del hombre que, sin darse
cuenta, lo había hecho sentirse inseguro.
Éste es el destino que corren, de una u otra forma, todos
aquellos que desequilibran la autoestima de su amo, hieren su
vanidad o le hacen dudar de su preeminencia.
Al comienzo de la velada, Fouquet estaba en la cima del mundo.
Cuando la fiesta llegó a su fin, había caído en un abismo.
Voltaire, 1694-1778

OBSERVANCIA DE LA LEY
A principios del siglo xvii, el astrónomo y matemático italiano
Galileo se encontraba en una situación sumamente dificil.
Dependía de la generosidad de los grandes gobernantes y, como
todos los científicos del Renacimiento, solía obsequiar sus
inventos y descubrimientos a los grandes gobernantes y regentes
la época. Por ejemplo, en cierta oportunidad obsequió una
brújula militar de su invención al duque de Gonzaga. Luego le
dedicó un libro, en el que explicaba el uso de dicha brújula, a los
Médicis. Ambos gobernantes se sintieron muy agradecidos y a
través de ellos Galileo logró reunir más alumnos. Pero, por
 importantes que fuesen sus descubrimientos, sus amos, por lo
general, le retribuían con obsequios y no con dinero en efectivo.
Esto hacía que viviera en constante inseguridad y dependencia
económica. Fue entonces cuando pensó que debía de existir otra
forma de manejar aquella situación.
Galileo vislumbró una nueva estrategia en 1610, cuando des-
cubrió las lunas de Júpiter. En lugar de dividir su descubrimiento
entre sus distintos amos —donando a uno el telescopio que había
usado, dedicando a otro un libro, y así sucesivamente—, como lo
había hecho en el pasado, decidió centrar su atención exclusiva-
mente en los Médicis. Los eligió por un motivo particular: poco
después de que Cosme i estableció la dinastía de los Médicis, en
1540, había convertido a Júpiter, el más poderoso de los dioses,
en el símbolo de la familia, un símbolo de poder que iba más allá
de la política y del negocio bancario, ya que estaba ligado a la
antigua Roma y a sus deidades.
Galileo convirtió el descubrimiento de las lunas de Júpiter en
un acontecimiento cósmico que honraba la grandeza de los Mé-
dicis. Poco después del descubrimiento anunció que "los brillantes
astros [las lunas de Júpiter] se ofrecían en los cielos" a su
telescopio, al mismo tiempo en que Cosme II era entronizado.
Dijo que el número de lunas —cuatro— armonizaba con el número
de Médicis (Cosme II tenía tres hermanos) y que las lunas giraban
en torno de Júpiter como esos cuatro hijos giraban en torno de
Cosme i, el fundador de la dinastía. Más que una coincidencia,
ello demostraba que los mismos cielos reflejaban la ascendencia
de la familia de los Médicis. Después de dedicar este descubri-
miento a los Médicis, Galileo mandó confeccionar un emblema
que representaba a Júpiter sentado sobre una nube, con los cuatro
astros girando a su alrededor, y lo obsequió a Cosme II como
símbolo de su unión con los astros.
En 1610, Cosme II nombró a Galileo filósofo y matemático
oficial de la corte, con un salario respetable. Para un científico,
aquello era un verdadero golpe de buena fortuna, que puso fin a
sus días de pobreza y necesidades.
Interpretación
Con una sola jugada, Galileo ganó más con su nueva estrategia
que en años de súplicas. La razón es simple: todos los amos
desean brillar más que el resto de la gente.
No les importa la ciencia ni la verdad empírica ni el último
invento. Les preocupa su fama y su gloria. Galileo dio a los
Medicis una gloria infinitamente mayor, al vincular su nombre
con las fuerzas cósmicas, que mencionándolos como patrocinado-
res de algún nuevo invento o descubrimiento.
Ni siquiera los científicos pueden eludir las veleidades de la
vida cortesana y los padrinazgos. Como todos, necesitan servir a
los amos que controlan los recursos monetarios. Y su gran poder
intelectual puede hacer que esos amos se sientan poco seguros de
sí mismos y perciban que sólo están para suministrar los fondos...
una tarea poco noble. El productor de una gran obra quiere sentir
que es algo más que el que financia una empresa; también quiere
aparecer como creativo y poderoso, incluso más poderoso que la
obra producida en su nombre. En lugar de hacerlo sentir
inseguro, es necesario concederle gloria. Galileo no desafió la
autoridad intelectual de los Médicis con su descubrimiento, ni
los hizo sentir inferiores. Al ponerlos literalmente en el nivel de
los astros, los hizo aparecer como tales en las cortes italianas. No
le hizo sombra a su amo, sino que logró que su amo brillara más
que nadie.

CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER
Todos tenemos inseguridades. Cuando uno se presenta ante el
mundo y muestra sus talentos, naturalmente genera en los demás
todo tipo de resentimientos, envidia y otras manifestaciones de
inseguridad. Esto es algo que hay que tener en cuenta. Uno no
puede pasar la vida preocupándose por los mezquinos sentimien-
tos de los demás. Sin embargo, con sus superiores deberá encarar
la situación de manera diferente: Cuando se trata del poder,
hacerle sombra al amo es quizá el peor error de todos los que se
pueden cometer.
No se engañe pensando que la vida ha cambiado mucho des-
de los días de Luis xiv o de los Médicis. Quienes logran ocupar
posiciones de poder en la vida son como las reinas y los reyes:
quieren sentirse seguros y superar a quienes los rodean en inteli-
gencia, simpatía, ingenio y encanto. Creer que al hacer gala de
sus dones y talentos usted va a ganar el afecto de su amo es un
error fatal, aunque muy común. Su superior podrá simular apre-
cio, pero en la primera oportunidad que se le presente lo
reemplazará con alguien menos inteligente, menos atractivo y
menos amenazador, como Luis xiv reemplazó al brillante Fou-
quet con el mediocre y maleable Colbert. Y, al igual que Luis xlv,
no admitirá la verdad, sino que encontrará alguna excusa para li-
brarse de su presencia.
Esta Ley implica dos normas que deberá aprender. Primero,
que es posible hacerle sombra a su amo con ser simplemente
usted mismo. Hay amos que son muy inseguros... terriblemente
inseguros. Y basta con ser encantador y desenvuelto para hacerles
sombra.
Nadie tuvo más talentos naturales que Astorre Manfedi,
príncipe de Faenza. Era el más apuesto de todos los jóvenes
príncipes italianos y cautivaba a sus súbditos con su generosidad
y su espíritu abierto.
En el ario 1500, César Borgia puso sitio a Faenza. Cuando la
ciudad se rindió, sus ciudadanos esperaban lo peor de parte del
cruel Borgia, quien, sin embargo, decidió perdonar a la pobla-
ción. Se contentó con ocupar la fortaleza, no ejecutó a ninguno de
 los ciudadanos y permitió que el príncipe Manfredi, que sólo
tenía dieciocho años de edad, permaneciera en su corte, con total
libertad.
Sin embargo, algunas semanas más tarde, los soldados apre-
saron a Astorre Manfredi y lo llevaron a una prisión romana. Un
año más tarde, su cuerpo fue encontrado en el río Tíber, con una
piedra atada al cuello. Borgia justificó el horrible acto alegando
cargos de traición y conspiración, pero el problema de fondo era
la vanidad y la inseguridad de Borgia. El joven, sin siquiera
intentarlo, le hacía sombra. En vista de los talentos naturales de
Manfredi, su sola presencia hacía aparecer a Borgia menos
atractivo y carismático. La lección es simple: si usted no puede
dejar de ser encantador y de mostrar sus talentos, deberá apren-
der a evitar ese tipo de monstruos vanidosos. La otra posibilidad
consiste en aprender a disimular hábilmente sus virtudes cuando
esté al lado de un César Borgia.
En segundo lugar, nunca piense que, porque el amo lo
aprecia, usted puede hacer lo que se le dé la gana. Se podrían
escribir varios tomos sobre favoritos que cayeron en desgracia
por dar por sentado que su posición era inamovible o por
atreverse a hacerle sombra a su amo. En Japón, a fines del siglo xvi,
el favorito del emperador Hideyoshi era un hombre llamado Sen
No Rikyu. Artista máximo de la ceremonia del té, que se había
convertido en una obsesión entre la nobleza, fue uno de los
asesores de mayor confianza de Hideyoshi, tenía sus propios
aposentos dentro del palacio y era honrado en todo el Japón. Sin
embargo, en 1591 Hideyoshi lo hizo arrestar y condenar a
muerte. Rikyu se quitó la vida. Sólo más tarde se descubrió la
causa de ese repentino cambio de suerte: parece que Rikyu, de
origen campesino y luego favorito de la corte, mandó tallar su
estatua en madera, que lo mostraba calzado con sandalias (un
signo de nobleza) y en 'una pose altiva. Hizo colocar esta estatua
en el templo más importante del palacio, a la vista de toda la
realeza. Para Hideyoshi, esta actitud significaba que Rikyu no
conocía sus límites. Al suponer que gozaba de los mismos
derechos que los integrantes de la alta nobleza, olvidó que su
posición dependía del emperador y llegó a creer que él mismo se
la había ganado. Esto constituyó un imperdonable error de
cálculo acerca de su propia importancia, por el que pagó con su
vida. Recuerde lo siguiente: nunca dé por segura su posición y
nunca permita que los favores que reciba se le suban a la cabeza.
Conociendo los riesgos que implica el hacerle sombra a su
amo, usted podrá utilizar esta Ley en su propio beneficio. En pri-
mer lugar, debe halagar y ensalzar a su amo. Los elogios abiertos
pueden llegar a resultar eficaces, pero tienen sus límites; es algo
demasiado obvio y directo, y puede ser mal visto por los demás
cortesanos. El elogio discreto e indirecto es mucho más poderoso
y efectivo. Por ejemplo, si usted es más inteligente que su amo,
demuestre lo opuesto: hágalo aparecer más inteligente que usted.

Actúe en forma ingenua. Simule necesitar de su pericia. Cometa
errores intranscendentes que no lo perjudiquen en el largo plazo
pero que le brinden la oportunidad de pedir ayuda, cosa que a los
amos les encanta. Un amo que no puede brindarle el don de su
experiencia puede llegar a hacerlo blanco de su rencor y de su mala
voluntad.
Si sus ideas son más creativas que las de su amo, atribúyaselas
de la manera más pública posible. Deje en claro que el consejo de
usted es sólo un eco del consejo de él.
Si usted supera a su amo en rapidez e ingenio, está bien que
desempeñe el papel del bufón del rey, pero no lo haga aparecer
a él frío y taciturno en comparación. En caso necesario, baje los
decibeles de su humor y encuentre la forma de hacerlo quedar
como alguien divertido, con sentido de humor. Si usted es, por
naturaleza, más sociable y generoso que su amo, tenga cuidado
de no convertirse en la nube que tapa la luz que él irradia hacia
los demás. Es su amo el que tiene que parecer el Sol, en torno del
cual gira todo el mundo, un Sol que irradia poder y esplendor y
se constituye en centro de atención. Si usted se ve en la situación
de oficiar de anfitrión de su amo, ganará su simpatía evidencian-
do sus recursos limitados. Cualquier intento de impresionarlo con
su gracia y generosidad puede resultarle fatal. Aprenda de
Fouquet, o pagará el precio que él tuvo que pagar.
En todos estos casos, disimular sus aspectos fuertes no es
señal de debilidad, si esta estrategia termina otorgándole poder.
Al dejar que otros le hagan sombra a usted, retiene el control en
lugar de convertirse en víctima de su inseguridad. Todo esto le
vendrá bien el día en que decida elevarse por encima de su nivel
de subordinado. Si, como Galileo, usted puede dar más lustre a
su amo ante los ojos de los demás, será para él un regalo del cielo
y logrará ascender de inmediato.


Imagen:
Los astros del cielo.
Sólo puede haber un Sol
por vez. Nunca tape la luz del
Sol ni compita con el Sol en
cuanto a luminosidad; procure,
más bien, diluirse en el cielo
y encontrar la forma de
incrementar la intensidad
lumínica del astro que
es su amo.


Autoridad: evite hacerle sombra a su amo. Toda superioridad es
fastidiosa, pero la superioridad de un súbdito por sobre su
príncipe no sólo es estúpida sino fatal. Ésta es una de las lecciones
que los astros del cielo nos enseñan: podremos ser parientes
cercanos del Sol y brillar tanto como él, pero nunca debemos
aparecer en su compañía. (Baltasar Gracián, 1601 1658)
-
INVALIDACIÓN
Usted no puede vivir cuidándose de no contrariar a ninguna de
todas las personas con las que se cruza pero puede ser
selectivamente cruel. Si su superior es una estrella en decadencia,
no tiene por qué temer hacerle sombra. No sienta piedad, ya que
su amo tampoco tuvo ningún tipo de escrúpulos cuando, a sangre
fría, se abría camino hacia la cumbre del éxito. Mida con cuidado
la fuerza de su amo. Si descubre que es débil, acelere discreta-
mente su caída: en momentos clave, muéstrese más capaz, más
encantador y más sagaz que él. Si la posición de su superior es
muy débil y está a punto de caer, deje que la situación siga su
curso natural. Pero si su amo se encuentra en una posición firme,
aunque usted se sepa más capaz, tómese su tiempo y tenga
paciencia. Según el curso natural de los hechos, con el correr del
tiempo el poder se debilita y cae. Algún día su amo habrá de caer
y, si usted juega sus cartas con habilidad, lo sobrevivirá y superará.

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